En días recientes el presidente Trump aprobó una directiva secreta para utilizar a las fuerzas militares de Estados Unidos en la lucha contra los carteles de la droga en América Latina. En paralelo el presidente señaló su grave preocupación por el hecho de que, según sus cifras, Washington D. C. se encuentra por encima de CDMX y Bogotá en materia de homicidios, todo ello debido al fentanilo de lo que son responsables los carteles internacionales de las drogas, hoy reclasificados como organizaciones terrorista.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos asumió el liderazgo en el diseño y combate de las amenazas externas al Continente Americano. Primero fue el comunismo, tema en el que EUA invirtió cuantiosos recursos para eliminar cualquier posibilidad de su expansión en la región, estigmatizando a incluso progresistas y apoyando a las dictaduras que se unían a su lucha. Uno de los expedientes más oscuros de la relación de Estados Unidos con la región.

En los noventas del siglo pasado, una vez caída la Unión Soviética, por unos años el principal enemigo fue el narcotráfico, lo que entre otras cosas llevó a la invasión de Panamá en 1989. En 2001, el ataque de Al Qaeda sobre territorio de EUA, algo que parecía impensable, cambio de nuevo el paradigma de guerra. Ahora el enemigo a vencer era el terrorismo internacional. Por primera vez la amenaza no provenía de un Estado especifico, con población y territorio a donde enviar su enorme poderío militar en represalia. Les llevó una década encontrar y acabar con Ozama Bin Laden.

Dedicaron más de una década a ajustar sus aparatos de inteligencia y adaptarse a las nuevas condiciones de guerra. A pesar de ser organizaciones muy pequeñas y con pocos recursos, los extremistas islámicos mantuvieron la capacidad de propinar golpes muy efectivos en países de Europa occidental. El liderazgo global de Estados Unidos en esta lucha se empezó a cuestionar desde la invasión de Iraq en 2003, decisión unilateral de Estados Unidos en la que después quiso involucrar con poco éxito a sus aliados militares europeos.

Ahora toca el turno de la principal amenaza a los carteles de las drogas que ciertamente operan en todo el continente y que en la última década han tenido un empoderamiento sin precedente. De nuevo estamos hablando de una amenaza que no proviene de un Estado, no tiene bandera ni ejercito formal, pero que cuenta con recursos humanos y materiales para alcanzar sus fines. Sin embargo, y a diferencia del comunismo y del terrorismo islámico que provienen del exterior, el crimen organizado es oriundo del continente y su principal mercado está en Estados Unidos, el primer consumidor de drogas en el mundo.

Clasificar a los carteles como organizaciones terroristas para justificar el uso de herramientas extremas, además de ser una aberración conceptual, puede también ser una falacia estratégica, pues además de congelar cuentas y negar y cancelar visas, poco puede hacerse por esta vía para desmantelar a estos grupos.

El éxito del Plan Colombia, que entre otras cosas llevó a la localización y eliminación de Pablo Escobar Gaviria, derivó de la cooperación sistemática y efectiva, acordada entre dos gobiernos, en la que Estados Unidos apoyo con inteligencia y tecnología a las fuerzas colombianas de persecución del delito. Fue una experiencia probada de cooperación en la que el tema de la soberanía nunca estuvo en juego.

Enviar a las fuerzas armadas de los Estados Unidos a los países de América Latina a combatir organizaciones terroristas, sin un acuerdo y sin la participación de los corporaciones de los países afectados, no tiene mayor sentido y ocasionaría más problemas de los que resolvería. Pensar que a base de bombardeos con drones se puede resolver el problema, suena más a una baladronada que a una estrategia.

Pensar que México tiene la posibilidad de enfrentar el problema del crimen organizado solo con sus propios medios, también resulta ilusorio. El actual gobierno de México ha hecho esfuerzos sin precedente para enfrentar el problema. Sin embargo, el problema va mucho más allá del crimen organizado. Todos los días aparecen noticias de nuevos casos de corrupción de funcionarios coludidos con el crimen organizado, de los tres niveles de gobierno, de la actual o de la anterior administración. La actual desconfianza en el gobierno de México, sobre todo por parte del gobierno de Estados Unidos, además del fentanilo, se centra en el tema de la corrupción gubernamental.

El reto que enfrenta la presidenta Sheinbaum es uno de los más delicados que ha debido enfrentar un presidente de México en muchas décadas. Un gobierno en el norte cuyas demandas rebasan en mucho la capacidad de repuesta del gobierno de México, que además debe enfrentar tremendas vulnerabilidades internas. Cuando el crimen organizado y la corrupción llegan al primer plano de la agenda política interna y externa de México ¿Quién gobierna a los ingobernables? lherrera@coppan.com

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