El concepto de ciudadanía corporativa está adquiriendo mayor importancia actualmente. Las empresas también son parte de una sociedad y conllevan cierto tipo de responsabilidades y compromisos con ella.
Dentro de la tradición aristotélica, las empresas comerciales pueden verse como una parte integral de la sociedad. La concepción que tenía Aristóteles de la ciudadanía estaba relacionada con la naturaleza social del ser humano, el cual no puede llegar a su plenitud si no es dentro de una comunidad. Sin embargo, Cicerón estipula una dimensión mucho más amplia de la ciudadanía; una dimensión hacia un horizonte más global: la humanidad en general. De esta manera se expanden las fronteras y las leyes de la ciudadanía de un solo Estado, hacia una interconexión más internacional.
En este contexto, las empresas no pueden verse como organismos aislados y carentes de un impacto en su entorno, ya que desde los inicios de la civilización se tiene clara la interdependencia social y con el ambiente. Además, la ciudadanía era vista como la oportunidad de participar en la vida pública, con la responsabilidad de velar por los intereses de la comunidad.
La ciudadanía corporativa es la consideración de que las empresas ciudadanas no pueden existir fuera de una sociedad que les proporciona todo tipo de recursos (materiales, ubicación, infraestructura, mano de obra, interconexión, servicios en general…). Al mismo tiempo, ellas ofrecen una oportunidad de desarrollo y de generación de riqueza para sus individuos.
El término de ciudadanía corporativa se introdujo en la década de 1980, para indicar prácticas corporativas filantrópicas y la preocupación de los negocios por la comunidad en la que operaban. En la década de 1990, este concepto se hizo cada vez más popular debido, en parte, a ciertos factores que transformaron la relación entre empresa y sociedad, como la globalización, la crisis del estado del bienestar y el poder de las grandes multinacionales.
Las empresas que actúan como ciudadanos se sienten parte de una colectividad que necesita de ellas y además les permite subsistir. Es por ello que requieren de una buena estrategia de sustentabilidad en la cual sus directivos tengan una fuerte consciencia de su participación en la sociedad y de los beneficios que esto les brinda. En este sentido, una buena estrategia llevará a la globalidad del negocio e incluirá las mejores prácticas de ciudadanía para que la sociedad se siga desarrollando y mejorando sus condiciones.
Es importante que dentro de las empresas se fomente una actitud de mayor proactividad y protagonismo en la sociedad, fuera de un esquema de pensamiento autorreferencial o narcisista. A diferencia de los individuos, las empresas tienen mayor poder de influencia y alcance en su entorno, pero también mayor responsabilidad en el uso de los recursos para asegurar un presente y futuro sustentable.
La realidad de una sociedad mucho más interconectada e interrelacionada, gracias a las nuevas tecnologías de información y comunicación y a la globalización, permite lograr con mayor éxito las iniciativas de impacto social.
La responsabilidad social ya no es un tema que pueda pasar por irrelevante en la práctica empresarial. Cada vez más, la sociedad está evolucionando hacia una postura mucho más inclusiva y defensora de los valores de todos. Lograr la armonía en estas diferentes relaciones laborales, tanto a nivel interno como externo, es una auténtica prioridad para que las empresas y la sociedad sean suficientemente sustentables en el futuro.