La soberbia ciega a los poderosos y hace a los gobernantes grotescos. Este 5 de febrero, en el Teatro de la República de Querétaro lo comprobamos.

El rito de conmemoración de la promulgación de la Constitución de 1917, se realizó en una sede cuyo nombre evoca un régimen ya demolido: la carta magna que lo prescribía es papel mojado en manos de la oligarquía autocrática en turno.

Será inscrita en la abultada crónica de las charlotadas de nuestra historia, como el solemne entierro de la pierna del dictador Antonio López de Santa Anna.

Ocurrió en el contexto mundial sacudido por el proceso de cambio estratégico de la primera potencia del orbe, con la que compartimos frontera y graves problemas.

La Casa Blanca lanzó obuses que pusieron en jaque a la economía mexicana. Con el garrote de los aranceles y la política antiinmigrante –que repercutirá en un mayor empobrecimiento de quienes dependen del envío de remesas– ingresamos en un túnel de incertidumbres, con salida difícil para el bienestar de las familias que forman la real nación mexicana.

Frente al Zeus tonante estadounidense, el comando autocrático de aquí llamó a la unidad nacional. El país respondió al unísono: “¡aplaudan, aplaudan, no dejen de aplaudir!”. Al mismo tiempo, sus testaferros consumaron, en sabadazo, la reforma del Infonavit; preludio de otro fantástico atraco marca 4T a cuenta de los ahorros de los trabajadores.

Animadas por las arengas en defensa de la soberanía patria, embelesadas por las loas al logro de un mes de pausa en desasosiego; las fuerzas vivas de del régimen, señalado por su contraparte del norte de tener una “alianza intolerable con cárteles narcotraficantes” y “proporcionarles refugios” que amenazan su seguridad nacional, seguían batiendo palmas.

Encarrerados, decretaron la aniquilación del Poder Judicial de la escenografía republicana de división de poderes. En adelante, solo los chicharrones de los fieles a la secta tendrán derecho a crujir en los fastos oficiales.

En Querétaro, el himno de la unidad nacional fue entonado en clave totalitaria. El único fuera de la partitura fue el gobernador anfitrión, Mauricio Kuri, quien pronunció un ponderado discurso sobre el significado democrático de la unidad nacional y cómo encarnarlo en la pluralidad.

Recobran actualidad las palabras de Manuel Gómez Morín, en los aciagos tiempos de la Segunda Guerra Mundial, cuando el régimen autoritario declaró la guerra al Eje y se benefició del sentimiento de solidaridad patriótica.

Dijo: “La resolución inquebrantable de robustecer la unidad nacional… inspirada en el bien común y en los intereses superiores de la patria, es obligación incondicional… El unánime y esforzado cumplimiento de esa obligación, frente a la cual no puede haber diferencias excluyentes ni intereses parciales, es hoy como nunca urgente…” (02-06-1942).

Cuando finalizó la guerra, analizó el comportamiento sectario del grupo en el poder y sentenció: “el régimen no tiene afán de verdad, sino instinto de supervivencia… Le inquieta la opinión, pero simula sordera y desdén y se conforma con su propaganda … Es una oligarquía sin fe en su misión… se aferra a las palabras que circunstancialmente pueden darle una sombra de justificación ideal…” (23-09-1945)

Analista político.

@lf_bravomena

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