La noticia de que el presidente electo Donald Trump nominó próximo embajador en México al coronel retirado Ronald D. Johnson, puso los cabellos en punta a los actores involucrados en la gestión de las relaciones entre México y Estados Unidos.
Ignoro si el gobierno de la República fue sorprendido por la publicación del nombramiento o si se siguió la práctica establecida en la Convención de Viena.
En tiempos en los que se respetaban las normas de la buena diplomacia, antes de hacer el anuncio se le comunicaba discretamente al gobierno del Estado receptor la propuesta del designado para obtener el plácet: el asentimiento para que dicha persona pueda ser acreditada en su territorio como embajador. Cumplido este cuidadoso trámite, se hacía público y tutti contenti.
Si así fue, se entendería que el Gobierno 4T estudió y valoró con cuidado la hoja de vida y perfil profesional del embajador Johnson —escribo embajador porque ya lo fue en El Salvador de 2019 a 2021— y expresó su beneplácito para que sea la voz, canal de comunicación y rostro de la administración Trump 2.0 en nuestro país.
Si no ocurrió de esta forma y el supremo gobierno nacional se enteró de la designación por las noticias, podría convertirse en una complicación adicional a las muchas que ya contiene el desafío que significa el rediseño de la relación bilateral, bajo las concepciones geopolíticas de la revolución Make America Great Again MAGA.
Tiene dos opciones: aceptar incómodamente un hecho consumado y llevar la fiesta en paz o negar el beneplácito y ponerse a cantar el himno nacional.
Escribo estas líneas antes de conocer el posicionamiento público de la Presidencia de la República o de la Cancillería sobre este asunto. Más importante que procedimiento, lo significativo del nombramiento es la señal que contiene sobre las prioridades que la empoderada nueva corriente republicana tiene en la relación con México.
Trump fue explícito, dijo: “Trabajará de cerca con nuestro gran secretario de Estado, Marco Rubio, para promover la seguridad y prosperidad de nuestra nación a través de firmes políticas de América Primero… Juntos pondremos fin al crimen inmigrante, frenaremos el flujo ilegal de fentanilo y otras drogas peligrosas a nuestro país, para hacer América segura otra vez…”.
¡Es la seguridad, estúpido!, se diría en otros tiempos. Y en efecto, el embajador nominado es un especialista de alto nivel, todo terreno, en la materia. Ronald D. Johnson es coronel retirado, exoficial de la CIA, exmiembro de fuerzas especiales del ejército, con experiencia de combate en El Salvador en los 80 durante los años de la guerra civil y en el conflicto de los Balcanes. Habla español, su esposa es cubanoestadounidense y reside en Miami, Florida.
¿Qué están viendo en nuestro país los nuevos estrategas de la política exterior norteamericana, que han decidido articular la relación bilateral sobre el objetivo superior de su seguridad? En estos tiempos de graves fracturas en el orden internacional sustentado en reglas, del resurgimiento de bloques y disputa tecnológica global; las grandes potencias no sólo buscan tener socios comerciales, necesitan, antes que cualquier otra cosa, asegurarse aliados políticos firmes. Parece que el movimiento bno considera que estas condiciones se estén dando en su frontera sur.
Exembajador. @lf_bravomena