En un mes Donald Trump puso al mundo de cabeza. El 20 de enero enumeró sus propósitos y la manera como “América reclamará su legítimo lugar como la nación más grande, más poderosa y más respetada de la Tierra, inspirando el asombro y la admiración del mundo entero”.
Ciertamente asombró con la ráfaga de órdenes ejecutivas en diversas materias y con acciones de política internacional. Sus palabras no se las llevó el viento.
Quienes sostenían que la disruptiva retórica trumpiana era un método de negociación, al que debía aplicarse un descuento de realismo, ahora están apanicados por la blitzkrieg que materializa una voluntad política determinada, con el claro objetivo de reacomodar las piezas del tablero geopolítico:
“A partir de hoy, nuestro país florecerá y volverá a ser respetado en todo el mundo. Seremos la envidia de todas las naciones, y no permitiremos que se sigan aprovechando de nosotros. Durante todos y cada uno de los días de la Administración Trump, pondré, sencillamente, a Estados Unidos en primer lugar”.
El objetivo, America Fisrt, es una clave con la que debe interpretarse lo que se urde en el Salón Oval de la Casa Blanca. Toca a los psicólogos la tarea de escudriñar si esa prioridad es el ego de quien allí despacha o el genuino interés nacional estadounidense.
Para efectos prácticos e inmediatos, equivalen a una derogación unilateral de reglas elementales del sistema político internacional. EU se levanta intempestivamente de la mesa y arrastra el mantel.
Es verdad que los acuerdos, compromisos y equilibrios alcanzados por las naciones después de la Segunda Guerra Mundial (1945), adminiculados mediante la fórmula del bipolarismo EU-URSS, fueron reinterpretados después de la disolución de una de sus partes (1991). Le siguieron tres décadas de unipolarismo, inspirado en el mito del multicitado “fin de la historia”, en las que se desataron poderosas fuerzas transformadoras en la ciencia, la tecnología, la economía, la cultura y de la política. Se produjo el surgimiento de nuevas potencias y el declive de otras.
Con la crisis financiera internacional (2008) las piezas en el ajedrez del poder mundial dejaron de ser lo que eran: al rey (EU) ya no se le veía la corona, a la reina (UE) la tiara se le cayó, las torres (China, India) crecieron como rascacielos, los caballos (Rusia, México, Brasil, países petroleros ricos del Medio Oriente) engordaron, el resto de peones y alfiles se mueven a su mejor saber y entender, formando alianzas ideológico-políticas traslapadas con acuerdos comerciales disímbolos y variopintos.
En estas condiciones, deben gestionarse amenazas globales, como el cambio climático, guerras espeluznantes y amplias regiones del mundo esclavizadas por violencia narcocriminal.
Así emerge el factor Trump 2.0 con su doctrina de la primacía del interés USA. El Tío Sam no desea ser Tío tonto. Y según su punto de vista, esto pasa por cerrar las fisuras por donde considera que le drenan tramposamente sus energías económicas, militares, tecnológicas y estratégicas.
Esto explica las temerarias ofensas que infiere a sus socios y su velocidad para reconfigurar sus alianzas, incluso con adversarios irreconciliables, a comenzar con la “entente cordiale” EU-Rusia, a precio de Ucrania.
Exembajador @LF_BravoMena