Cualquier observador medianamente informado sabe cómo terminará la charlotada montada para el próximo domingo 1 de junio. Serán ungidos por el supremo arcano las personas que, con el título de ministros, magistrados y jueces, serán las encargadas de “legalizar” cualquier atropello, abuso u ocurrencia que convenga a quienes detentan el poder y a su claque de oligarcas.

Eso que llaman “elecciones” judiciales será un procedimiento dispendioso, grotesco, deliberadamente confuso, para consumar el secuestro del Poder Judicial por el grupo que medra sobre la nación.

Especialistas en materia jurídica y politológica, demostraron que la reforma al Poder Judicial y la truculenta metodología para llevarla a cabo son espurias; ilegítimas de principio a fin.

A comenzar, por la fraudulenta forma como se construyó la mayoría calificada en la Cámara de Diputados y en el Senado. Con maniobras, presiones y trastupijes de la peor ralea, la pandilla cuatrera pasó por encima de la verdadera voluntad popular expresada en las urnas en las elecciones del año pasado. Con ese botín de curules y escaños en el Congreso continuaron su ruta a la dictadura.

El siguiente paso fue organizar el asalto: un megalómano comando de operadores, cargados de pasiones ideológicas, apetitos facciosos e intereses crematísticos, entre los que enseñaron la oreja los del crimen organizado, se dio a la tarea de armar el tinglado para llevar a cabo la histórica elección de pasado mañana.

Sí, “histórica”, pero no por su trascendencia en la dignificación de las instituciones públicas, sino porque se consumará la demolición de la república democrática que, con inocultables fallas, habíamos logrado edificar mediante el esfuerzo y sacrificio cívico de varias generaciones.

La siguiente fase de la embestida totalitaria, fue desarrollar el pandemónium en el que se convirtió el proceso electoral. Vaya, que no lo entienden ni quienes lo inventaron.

Hay que ver los patéticos esfuerzos de las más conspicuas figuras promotoras de la revolución judicial, para explicar cómo emitir el “voto” (es un decir) en un galimatías de planillas, nombres, números y magistraturas.

Lo del voto va entrecomillado porque no se puede dar tal nombre a una acción inútil, dada la simulación de resultados predeterminados.

Los nombres de los ganadores ya los escribió el sublime dedo del dios patrio. ¿Dónde queda la transparencia en conteos realizados a escondidas de los observadores ciudadanos, que se conocerán varios días después de los susodichos comicios?

Una chulada, supera los fraudes de los tiempos de la dictadura perfecta. En estas condiciones, lo cívico es repudiar tal faramalla y dejar que se enreden en su espagueti.

Acto final: los propagandistas del régimen incorporarán este desaguisado a su mitología. Se proclamará como “el milagro de los acordeones”. La gigantesca farsa urdida con propósitos absolutistas se trasfigurará en ejemplar elección popular.

Vale citar a Unamuno: “Vencerán pero no convencerán. Vencerán porque tienen sobrada fuerza bruta, pero no convencerán, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitan algo que les falta: razón y derecho”.

Luis Felipe Bravo Mena

@lf_bravomena

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