Despedimos a Porfirio Muñoz Ledo con un justo reconocimiento a su presencia en la vida pública de México. Quienes tuvimos la oportunidad de interactuar con él, recordamos algunos episodios y deseamos compartirlos. En mi caso, porque contienen una lección de diálogo político constructivo, tan necesario estos días.
Porfirio me adelantaba 19 años. Cuando nos conocimos, me iniciaba como asesor de instituciones empresariales y él era un personaje con una amplia carrera: había ocupado espacios de poder como VIP de la élite nacionalista revolucionaria y era el político mexicano más relacionado en el mundo: presidentes, primeros ministros y líderes de la familia socialdemócrata internacional.
Ocurrió en 1987, en el Centro for U.S.-Mexican Studies de la Universidad de California, en San Diego, durante el seminario “La Situación de las Relaciones del Gobierno con el Sector Privado”. En el curso del debate, para mi sorpresa, coincidimos en un punto: que los empresarios no tenían por qué renunciar a su condición de ciudadanos, a su libertad para hacer política y a manifestarse públicamente. Derechos que en esos años el presidente De la Madrid reprimía.
Al terminar los trabajos, visitamos el museo de la Misión de San Luis Rey, recinto que rinde homenaje al pasado novohispano de aquella región. Recorriendo las salas platicamos sobre la necesidad de que el sistema político mexicano se democratizara.
Así, espontáneamente, dimos el primer paso que aconseja la sana técnica del diálogo: encontrarse, escucharse; desechar los clichés y etiquetas que infundadamente les adjudicamos a otros por influencia de terceros.
Al año siguiente, en 1988, en la histórica tarde del domingo 6 de julio, nos reencontramos en el departamento de Don Luis H. Álvarez, a la sazón presidente del PAN. Porfirio, Carlos Castillo Peraza y otros, habíamos acordado reunirnos para redactar el documento que se conoció como “Llamado a la legalidad”, para que el gobierno frenara el fraude electoral. Tal reclamo lo presentaron al secretario de Gobernación, doña Rosario Ibarra, Cárdenas y Clouthier. Este fue el segundo paso del diálogo: identificar convergencias entre las diferencias.
Siguieron las etapas de liberalización del régimen y la transición democrática. Porfirio estuvo en la línea de fuego: en 1991, contribuyó a derrocar el autoritarismo en Guanajuato, alzó la mano a Fox como legítimo triunfador en las elecciones de Gobernador. En 1997, fue figura central del nuevo paisaje político, cuando el PRI y el Ejecutivo perdieron la mayoría en la Cámara de Diputados.
En 1999 asumí la presidencia nacional del PAN. En las elecciones presidenciales del 2000 volvimos a coincidir, Porfirio declinó su candidatura y creó la corriente “izquierda azul”, en apoyo a Fox. Habíamos dado el tercer paso en el diálogo: construir pluralmente un bien superior, sin renunciar a identidad y principios.
La última vez que convivimos fue en Roma, en 2006, comimos en “Da Fortunato”, entre los retratos de grandes estadistas se nos hizo de noche. Yo era entonces embajador ante la Santa Sede, él insistía que a la transición democrática le debía seguir la reforma del Estado. Tenía razón. Es una asignatura pendiente, su viabilidad depende del auténtico diálogo político.
Ex Presidente Nacional del PAN 1999-2000. @lf_bravomena