El nearshoring se ha convertido en una de las grandes promesas para México. Se habla de inversiones históricas, de fábricas que regresan de Asia, de cadenas de suministro que se reconfiguran en beneficio de nuestra región. Sin embargo, poco se discute sobre el factor que realmente puede hacer posible —o fracasar— esta oportunidad: la infraestructura invisible. Esa que no siempre se ve en inauguraciones oficiales, pero que sostiene a cualquier economía moderna: energía, agua, conectividad digital, puertos y aeropuertos.

México ha logrado atraer anuncios importantes de inversión automotriz, electrónica y de semiconductores. Pero al mismo tiempo enfrenta apagones en estados industriales como Nuevo León y Tamaulipas, escasez de agua en Monterrey y Querétaro, rezagos de conectividad en más de 40% de los municipios, y saturación crónica en puertos como Manzanillo o Lázaro Cárdenas. El contraste es evidente: sin la infraestructura silenciosa que da soporte al crecimiento, la oportunidad del nearshoring puede convertirse en un espejismo.

La evidencia internacional es clara. Irlanda se convirtió en un imán para las tecnológicas no solo por sus impuestos competitivos, sino porque garantizó energía limpia y confiable, conectividad de primer nivel y un puerto logístico altamente eficiente en Dublín. Singapur, sin grandes territorios ni recursos naturales, se transformó en un hub global porque invirtió durante décadas en puertos de clase mundial, aeropuertos interconectados y cobertura digital universal. No fue suerte: fue estrategia de infraestructura.

El caso de México, en cambio, revela fragilidades. Según la Agencia Internacional de Energía, la capacidad instalada de generación eléctrica en México deberá crecer un 30% hacia 2030 solo para mantener el ritmo de demanda actual, y aún más si se materializan los proyectos de nearshoring. El Banco Mundial advierte que la falta de agua ya genera pérdidas de productividad en sectores industriales, con estados como Nuevo León y Baja California en situación crítica. En conectividad digital, la OCDE estima que México tiene solo 75 suscripciones de banda ancha fija por cada 100 habitantes, frente a más de 120 en países líderes. Y en logística, la Cepal calcula que la saturación portuaria incrementa hasta en 25% los costos de comercio exterior.

El costo de no invertir ahora es mucho mayor que el de hacerlo. Cada apagón eléctrico, cada falta de agua para un parque industrial, cada contenedor que espera días en un puerto, se traduce en empleos perdidos, inversiones canceladas y competitividad erosionada. No hay fábrica que pueda producir sin energía, no hay empresa que pueda operar sin agua, no hay cadena de valor global que funcione sin conectividad y puertos ágiles.

El nearshoring no se ganará con discursos, sino con decisiones de infraestructura. México necesita un plan nacional que priorice esta inversión invisible: diversificar fuentes de energía, invertir en plantas de tratamiento y reúso de agua, garantizar cobertura digital universal, y modernizar puertos y aeropuertos con visión a 30 años.

Los países que han sabido aprovechar su momento entendieron una verdad elemental: la infraestructura invisible no es un lujo, es la base misma de la competitividad. México está ante un punto de inflexión. Si apuesta hoy por lo que no se ve, podrá construir un futuro de crecimiento sostenido. Si no lo hace, la ola del nearshoring pasará, y nos quedaremos viendo cómo otros capturan el valor que dejamos escapar.

@LuisEDuran2

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