Durante la segunda mitad del siglo XX, Estados Unidos tomó una decisión estratégica que transformó su economía y reconfiguró el comercio global. Abandonó, de forma gradual pero decidida, su papel como potencia manufacturera para convertirse en una economía de servicios, innovación y alto valor agregado. Exportó sus empleos básicos a países con menores costos laborales, y a cambio, desarrolló industrias más avanzadas: tecnología, software, servicios financieros, propiedad intelectual.
Este cambio estructural consolidó a EUA como el núcleo del nuevo orden económico mundial. Empresas como Apple, Google, Boeing o Pfizer crecieron sobre la base de cadenas de suministro globales, talento internacional y mercados abiertos. El consumidor estadounidense se benefició de bienes más baratos y variedad sin precedentes, mientras el país mantenía su liderazgo en productividad, innovación y competitividad. Sin embargo, esta arquitectura se encuentra hoy bajo asedio. Desde su llegada a la Casa Blanca, el presidente Donald Trump ha impulsado una política comercial errática, marcada por la imposición unilateral de aranceles, amenazas constantes de represalias y una retórica proteccionista desconectada de la realidad económica actual. Su promesa de “traer de regreso los empleos perdidos” ha derivado en una serie de decisiones que no solo han generado incertidumbre global, sino que también amenazan con empujar a la economía estadounidense a una recesión en el corto plazo. La Reserva Federal de Atlanta ya prevé una contracción anualizada del 2.4% para el primer trimestre de 2025, indicando una posible entrada en recesión. Al mismo tiempo que la OECD pronostica una inflación de 4.5% para EUA. Según la Reserva Federal, los consumidores y empresas estadounidenses ya absorbieron más de 80 mil millones de dólares en costos adicionales por tarifas. Estudios de universidades como Columbia y Princeton estiman que estas políticas redujeron el ingreso real de los hogares estadounidenses en un promedio de 1,277 dólares anuales.
Más allá de los datos, el problema central es el entorno de incertidumbre persistente que estas decisiones han generado. En un mundo globalizado, donde las cadenas de suministro se extienden por decenas de países y la producción depende de la sincronización transnacional, cualquier alteración abrupta puede tener efectos dominó. Empresas en Europa, Asia y América Latina han postergado decisiones de inversión por miedo a futuras barreras comerciales. Y en Estados Unidos, la confianza empresarial ha sufrido una caída significativa. El proteccionismo no es nuevo. Tampoco lo es el deseo de fortalecer industrias nacionales. Lo que diferencia a la política de Trump es la falta de estrategia, previsibilidad y coherencia. Las tarifas son impuestas por decreto, sin consulta al Congreso ni coordinación con aliados. Las decisiones se comunican —y a veces se contradicen— a través de redes sociales, sin análisis de impacto o respaldo técnico. Pero quizás el error más grave es de fondo: intentar restaurar un modelo económico que el propio Estados Unidos decidió abandonar hace décadas. En una economía dominada por el conocimiento, la automatización y la tecnología, forzar artificialmente el regreso de empleos manufactureros básicos —en sectores donde EUA ya no tiene ventajas comparativas— puede debilitar su competitividad real. Es un intento de re-industrialización nostálgica que choca con las dinámicas del siglo XXI.
La economía estadounidense sigue siendo sólida en muchos aspectos, pero se encuentra bajo tensión. Las decisiones políticas, especialmente aquellas con impacto global, deben basarse en evidencia, visión de largo plazo y responsabilidad. El enfoque transaccional, reactivo y unilateral de la administración Trump ha introducido una inestabilidad sistémica cuyas consecuencias apenas comenzamos a entender. Así estamos entrando a una nueva etapa de la economía mundial. Ya no vivimos en una era de certezas ni de cooperación estructurada. El comercio internacional requiere reglas claras, previsibilidad, acuerdos sólidos y respeto por las instituciones multilaterales. La administración Trump ha sustituido todo eso por incertidumbre, presión política y decisiones unilaterales. Esta es, indiscutiblemente, la Edad de la Incertidumbre: una etapa en la que el país más poderoso del planeta actúa sin brújula económica clara, y el resto del mundo debe adaptarse a la volatilidad que ello implica.
En este contexto, la pregunta no es si Estados Unidos puede traer de vuelta los empleos de ayer, sino si está dispuesto a defender las ventajas de hoy. Y si no lo hace, alguien más lo hará.
@LuisEDuran2