...y tan avergonzado de su ingratitud que no atinaba a disculparse.
JLB
El caso de los 79 millones de pesos no declarados marcó el inicio del derrumbe político de Adán Augusto López en el Senado. Vi a la presidenta Claudia Sheinbaum dar un mensaje seco y directo: “no vamos a cubrir a nadie”. Fue el contraste perfecto: mientras Adán intentó salirse del huacal, en Palacio retumbó el golpe sobre la mesa.
Lo digo sin rodeos: Adán quiso sentirse el dueño del circo.
Bajo su mando, por ejemplo, el Senado negoció retrasar hasta 2030 la entrada en vigor de la cláusula antinepotismo en la reforma electoral, desmarcándose de la urgencia presidencial, mandó al carajo la disciplina partidista.
El coordinador se sentía muchas veces hasta con más poder que la propia presidenta, macho, cercano decía al “verdadero poder” en Palenque, él negociaba lo mismo aspiraciones, candidaturas, expulsiones o promociones que jugosos negocios, porque a don Adán le gusta lo bueno, y de lo bueno le gusta mucho, me dicen en corto algunos de sus otrora cercanos.
Pero hoy, Augusto López está en las últimas, toca pagar facturas y el señor debe mucho, muchísimo, lo mismo traicionó a empresarios que a políticos de todos los frentes y colores.
Respira aún en el Senado por gracia, camina porque hoy es conveniente mantenerlo sumiso, como un zombie, un vivo y macabro recordatorio de lo que le pasará a quien ose sentirse más poderoso que las escopetas, a quien se piense algo más que un pato. Escuché a Adán justificarse con herencias, notarías y ganadería. Pero ya estaba a la defensiva.
Sheinbaum fue tajante: tolerancia cero, que investigue la Fiscalía. No hubo blindaje, no hubo fuero político. Ella negó filtraciones desde su equipo. Pero, aunque niegue la mano, el tablero le favorece. Fue el golpe sobre la mesa de Sheinbaum.
Y aquí está la paradoja: lo que dentro de Morena es costo, afuera se volvió rédito. Lo vi reflejado en los titulares: desde El País hasta la prensa nacional, la lectura fue que la presidenta se deslindó de los impresentables y sostuvo la narrativa de rendición de cuentas. El efecto fue doble: debilitó a Adán y fortaleció la credibilidad presidencial ante críticos y sectores independientes. Si el costo es dentro, el rédito es afuera.
Además, había que enviar, como sea, una señal a Washington. El tiempo no pudo ser más preciso. Mientras se destapaba el caso, Sheinbaum anunciaba con Washington operativos conjuntos contra el tráfico de armas. Un acuerdo que, según ella, respeta la soberanía, pero intensifica la cooperación. Y aquí está el detalle: no se puede pedir confianza afuera si adentro se tolera la corrupción. Para Estados Unidos, la señal fue clara: México tiene timón y voluntad. Mientras Washington pide certezas, la Presidencia debe enseñar músculo interno: nadie por encima de la ley, ni los suyos.
Pues sí, Adán sobrevivió en el cargo, pero ya como un “pato rengo”. Conserva la coordinación, pero perdió iniciativa y credibilidad. Ahora habla de campañas y de “revancha a su tiempo”, frases huecas que retratan más a un político reactivo que a un operador de poder. Peor aún: sus aliados pagan el precio. Andrea Chávez rindió informe bajo acusaciones de vínculos con La Barredora. Y el frente judicial sigue abierto con el caso de Hernán Bermúdez “comandante H”, negando amparos y manteniendo vivo el costo reputacional.
En política, el poder no se evapora de un día a otro: primero se negocia, luego se niega, al final se obedece. Y a Adán no le queda de otra que pasar de negociador a obediente. Donde manda presidenta, solo manda presidenta.
De Colofón: La última estocada será fulminante, ese hombre ya no tiene en sus manos su destino, pronto tendrá que elegir entre una celda o el exilio.