“Algo huele a podrido en Dinamarca”

-William Shakespeare, Hamlet

Desconozco, como casi todos, si realmente Rubén Rocha Moya, el tristemente célebre gobernador de Sinaloa, es responsable de algo entre tantas acusaciones que se le imputan.

Las redes opositoras a la 4T están inundadas de teorías de conspiración: dicen que Rocha fue el enlace entre López Obrador y la familia del Chapo, que de ahí salieron millones de dólares para la manutención, proyección y desmedido agasajo de políticos que hoy ocupan altas esferas del poder. Se especula también sobre su cercanía con Ricardo Monreal, uno de sus principales defensores, y si esta responde a algo más que una simple afinidad ideológica. Se dice que en Washington existe un voluminoso expediente en su contra, el cual crecería aún más si el Mayo Zambada decide hablar. Otros afirman que ya habló, que ha presentado pruebas de una traición que lo llevó a prisión en Nueva York, que Rocha ordenó el asesinato de Melesio Cuén y… Se dice mucho, pero no hay pruebas concluyentes.

Rocha Moya ganó la gubernatura de Sinaloa en 2021 con el 56% de los votos. Hubo denuncias serias sobre la injerencia del crimen organizado en su triunfo, pero, como suele ocurrir, quedaron olvidadas y archivadas por las fiscalías.

Lo cierto es que, sin el fenómeno de López Obrador, Rocha no habría llegado a ninguna parte, ni siquiera al Senado. Su paso por la Universidad de Sinaloa como rector dejó más descontentos que simpatizantes. Siempre fue un político ruidoso desde la oposición, hasta que le tocó cambiar de trinchera y asumir el papel de quien debe soportar los desmanes del poder. Sin AMLO, Rocha sería uno más del montón.

Incluso sus allegados reconocen en privado que está desconectado de la realidad, que se cree más hábil que los demás y que presume de una protección a nivel presidencial.

Hace poco, alguien de muy alto nivel que pasó una temporada en Sinaloa le sugirió reducir sus apariciones públicas. Pero Rocha, obstinado, siguió declarando que en el estado se vive bien, que la violencia es un mal generalizado, que hasta a su secretario de Obras le robaron su camioneta, que el INEGI exagera al hablar de percepción de inseguridad

La semana pasada, decenas de miles de personas salieron a las calles de Culiacán para exigir su renuncia. La indignación por el asesinato de Antonio Sarmiento y sus hijos, Gael, de 9 años, y Alexander, de 12, rebasó el límite de la tolerancia ciudadana.

El gobierno se deslindó de responsabilidad en la guerra entre las facciones criminales de los Chapitos y los Mayitos, que azotan la región. En cambio, culpó a los Sarmiento por llevar vidrios polarizados en su vehículo, lo que, según su lógica perversa, impidió a los sicarios identificar correctamente a su objetivo.

En octubre pasado, el colectivo “Ciudadanos Unidos por Sinaloa” presentó formalmente ante el Instituto Electoral local la solicitud de votación para revocar el mandato del gobernador. Rocha, en un arrebato de arrogancia, prometió que él mismo ayudaría a conseguir las firmas necesarias para someterse a la voluntad popular. Pero luego guardó silencio, consciente de que perdería en las urnas. Al final, el Instituto Electoral recurrió a un tecnicismo sobre la retroactividad para frenar el proceso, el mismo argumento que en su momento los opositores aseguraban que no aplicaba para López Obrador, quien, sin reparos, se sometió a la revocación de mandato.

No sé si Rocha es culpable de una o varias de las felonías de las que se le acusa, pero por mucho menos han caído gobernadores como Javier Duarte, César Duarte, Roberto Borge, Tomás Yarrington, Eugenio Hernández, Guillermo Padrés e incluso Jaime Rodríguez Calderón, “El Bronco”.

El futuro de Rocha pinta similar. Si la vida le alcanza, terminará conociendo una prisión, ya sea en México o en Estados Unidos.

Lo que sí es innegable es que hoy Rubén Rocha Moya apesta demasiado como para disimular lo podrido.

DE COLOFÓN. En las cúpulas del poder ya barajan opciones dignas para su salida. El hombre insiste en aferrarse al cargo, pero la paciencia en los niveles más altos tiene un límite que está a punto de alcanzarse.

No se sorprenda si, de repente, algún padecimiento grave y repentino lo obliga a tomar distancia y guardar reposo. Al fin y al cabo, primero está la salud.

@LuisCardenasMX

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