Carácter es destino

-Heráclito de Éfeso

En sus primeros meses de gobierno, Claudia Sheinbaum enfrentó una de sus primeras pruebas con las amenazas arancelarias de Donald Trump, quien amagó con imponer impuestos a las exportaciones mexicanas si no se renegociaban ciertos acuerdos comerciales y de seguridad fronteriza.

La presidenta respondió con una postura firme, pero conciliadora: reafirmó la importancia del libre comercio, la cooperación bilateral y la defensa de la soberanía económica mexicana. Su trabajo logró encauzar el conflicto hacia el diálogo, evitando una escalada que habría afectado a millones de trabajadores y empresarios de ambos países. Esa estrategia de serenidad y negociación inteligente permitió a Sheinbaum proyectarse como una líder capaz de defender los intereses nacionales sin romper los puentes diplomáticos con Washington.

Lo que antes le reconocían en el extranjero —su serenidad para tratar con Trump y su imagen de estadista racional— hoy parece desvanecerse. Lo más preocupante no es la pérdida de popularidad, sino perder la cabeza fría. Desde el asesinato de Carlos Manzo, la presidenta ha pasado de la empatía a la sospecha: ahora todo disenso es una conspiración, toda protesta, una cruel maniobra de la poderosa oposición. ¿La oposición? ¿En serio? La ecuanimidad que alguna vez proyectó Sheinbaum ahora dio un paso en falso a la paranoia, y con ella, al riesgo de perder lo más valioso de su liderazgo: la capacidad de escuchar sin miedo y gobernar con prudencia.

Lo que realmente puede proyectar una sensación de debilidad —y una creciente molestia social— no son las críticas de siempre, sino la incapacidad del gobierno para conciliar, negociar, escuchar y responder a los problemas que hoy sacuden al país: los bloqueos de transportistas y campesinos, la inseguridad que se extiende y la corrupción que envuelve casos como el de La Barredora y los políticos involucrados. Frente a ese escenario, Claudia Sheinbaum ha repetido: “Quieren debilitarme, pero no lo conseguirán”. Sin embargo, más que los ataques externos, lo que mina la fortaleza de un gobierno es el aislamiento y la negación de sus propias crisis. Las pasadas declaraciones de Rosa Icela Rodriguez sobre los bloqueos es el mejor ejemplo.

Hay que decirlo: Claudia Sheinbaum ha buscado una modernización administrativa que busca optimizar el gasto y hacer más con menos. Pero la eficiencia, por sí sola, no sustituye la inversión: sin recursos suficientes, cualquier intento de transformación corre el riesgo de quedarse a medio camino. Otra, la gestión política ha sido torpe en algunos momentos, aunque la raíz del problema es más profunda: la falta de recursos. Esa carencia impide al gobierno responder con eficacia a las demandas legítimas de quienes este lunes salieron a protestar. Los transportistas denuncian asaltos y extorsiones en las carreteras; los agricultores, el abandono del campo y la caída de los precios de garantía. En el fondo, lo que hay no es desinterés, sino un Estado que intenta sostener grandes promesas con una bolsa cada vez más vacía. Hay también que aprender a no ofrecer lo que no se tiene.

En el fondo, el desafío de Claudia Sheinbaum es de conducción. Gobernar, hoy más que nunca, requiere estrategia, una escucha real y la capacidad de leer el pulso social sin soberbia. Si el gobierno persiste en ver enemigos donde hay reclamos legítimos, si responde con cálculo en lugar de empatía, la transformación que prometió se irá vaciando de sentido. Los primeros meses de su administración marcaron su temple frente al exterior; los próximos definirán si puede mantenerlo frente al país que la eligió.

@LuisCardenasMX

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