Criticar los dichos de Ricardo Monreal implica algo más que señalar su oportunismo político: implica evidenciar cómo distorsiona el lenguaje para proteger estructuras de poder.

Su afirmación reciente de que Andy López Beltrán, hijo del expresidente Andrés Manuel López Obrador, sufre violencia vicaria, es un ejemplo cristalino de esa manipulación: tomar un concepto profundamente ligado al sufrimiento real de miles de mujeres, y convertirlo en escudo retórico para blindar al operador consentido del régimen.

Violencia vicaria es un término jurídico y una forma específica de violencia de género que describe una forma extrema de intimidación patriarcal: cuando un agresor daña a los hijos para castigar a la madre. El término vicario viene del latín vicarius —“el que actúa en lugar de otro”— y tiene una carga teológica y política compleja.

Es una categoría legal nacida del dolor real, no un capricho semántico. Aplicarla a un hombre adulto, con poder político, con vínculos empresariales y con presencia constante en las decisiones estratégicas del partido en el poder, no solo es incorrecto: es una falta de respeto a las víctimas reales. Andy no es un tercero vulnerable; es parte activa de una estructura que se beneficia a manos llenas del poder, no lo sufre.

Monreal lo sabe, por eso es tanto peligroso como ruín: llama violencia vicaria al escrutinio público, y en ese acto pretende desplazar la carga moral. Así, quien es cuestionado por su cercanía al poder se convierte, mágicamente, en víctima de persecución. Es el viejo arte de la retórica puesta al servicio del privilegio.

Sin embargo, la historia y la literatura están llenos de hijos que no pudieron con el peso del nombre heredado. Telémaco vivió buscando la sombra de Odiseo sin jamás superarla; Hamlet quedó paralizado por la obligación de vengar al rey envenenado; Kafka escribió que frente a su padre se sentía como un gusano; Cuauhtémoc Cárdenas nunca pudo escapar del mito de Lázaro.

Y ahora, Andy López Beltrán se enfrenta al mismo dilema: vivir bajo el peso simbólico del padre patriarca o construirse como algo distinto. Hasta ahora, todo indica que ha elegido ser el hijo del régimen.

Y por eso los amigos de papá tienen que venir al rescate del junior con sus oratorias vacías y mentiras bien dichas para calmar las aguas. Porque, como advertían los griegos, hybris —la arrogancia de quien no reconoce sus límites— es siempre el primer paso hacia la caída.

Andy no es víctima de violencia vicaria. Es, en todo caso, prisionero de un relato heredado, de una figura paternal que se impone como sombra y como destino.

Y de una retórica que, por más que se repita desde el poder, ya no engaña a nadie.

COLOFÓN:

Trump pidió que le cuidáramos la frontera y le mandamos decenas de miles de soldados; exigió frenar la migración ilegal y bajaron sustancialmente los cruces; pidió combate al fentanilo y respondimos con decomisos históricos… hasta le regalamos narcos de alto perfil. México cumplió cada orden como buen vecino disciplinado.

Y sin embargo, su ira no cede, su amenaza crece. ¿Qué quiere realmente? ¿Aplausos, sumisión total, una victoria electoral con México como enemigo? Cuando se cumplen todas las exigencias y todavía así aumenta la presión, lo que queda no es diplomacia, es chantaje. ¿Cuál es la agenda oculta?

@LuisCardenasMX

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