Primero lo elemental: no está bien agredir e insultar a nadie. Las normas básicas de convivencia de una sociedad implican tanto el respeto como la capacidad de incluir una diversidad de opiniones, preferencias, creencias y expresiones. Para el filósofo Avisahi Margalit una sociedad decente es aquella cuyas instituciones no humillan a las personas. En contraste, una sociedad civilizada es aquella cuyos miembros no se humillan unos a otros.
El episodio que presenciamos hace unos días con una inusual disculpa pública por parte de un ciudadano al presidente del Senado, Gerardo Fernández Noroña, transmitida en tiempo real por los canales oficiales de la máxima tribuna del país, preocupa e indigna tanto por la forma como por el fondo.
Todo inició el año pasado cuando el abogado Carlos Velásquez de León increpó al senador en una de las salas de espera exclusivas de American Express de la Terminal 2 del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. En el incidente transmitido en redes y en la propia cuenta del senador se ve que el abogado insulta, manotea y trata de correr del lugar al senador. Este percance entre particulares podría haberse conciliado entre ellos, sin embargo, no fue así. Días después, el Senado de la República dio a conocer mediante un boletín que “por la gravedad de los hechos” el titular del área jurídica del Senado presentó una denuncia penal ante el Ministerio Público.
Con una eficiencia inusitada, la maquinaria punitiva hizo que el abogado Velásquez presentara una disculpa por escrito al Senador, sin embargo, esto no fue considerado como suficiente porque, al igual que los castigos en la Edad Media, si los azotes no son públicos y no humillan, no hay ejemplo y no hay mensaje.
Custodiado por dos funcionarios de la Fiscalía General de la República, el abogado Velásquez pidió perdón, agachó la cabeza y reiteró respeto al Senador Noroña, quien se limitó a observarlo complaciente.
En “Vigilar y Castigar”, Michel Foucault analiza los efectos de la vigilancia y el castigo en las prisiones. Aunque no le presta demasiada atención a la humillación, sí analiza los efectos disciplinarios de un sistema de vigilancia en el que la simple amenaza de ser observado y castigado genera una sociedad en la que se internalizan los mecanismos de control.
Lo que vimos en la transmisión del Senado no fue una reconciliación entre dos partes en conflicto, no fue una simple solución de conflictos a partir de mecanismos alternativos, sino el ejercicio asimétrico del poder por parte de un político que preside un espacio que debiera ser el espejo de la pluralidad de la nación. Un político estridente y de piel muy delgada, que a sus anchas puede emitir comunicados a nombre del Senado, disponer de las instalaciones, enviar al representante jurídico y organizar la agenda de una de las instituciones públicas más importantes del país para arreglar, a su manera, un asunto personal.
Lo que vimos está muy lejos del credo que promueve Morena, partido que supuestamente barrería escaleras de arriba hacia abajo y eliminaría el abuso de poder a partir de una relación cercana con la gente. Con acciones como esta, no avanzamos hacia una sociedad civilizada y sí en cambio se promueve lo que Margalit considera como una sociedad humillante, esa que con el uso del poder somete a sus miembros al chantaje y les fuerza a realizar acciones despreciables.
Investigadora de la UdeG