En 1963 México tuvo una entrada poco afortunada al mundo del estudio del entonces novedoso concepto de “cultura cívica”. Y fue en el libro de Gabriel Almond y Sidney Verba del mismo título. Ahí los autores usaron el concepto para comparar a cinco países —Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Italia y México— y obviamente no salimos bien parados en tan ilustre grupo. Nuestra cultura política fue expuesta como ejemplo de la propia de súbditos y no de ciudadanos participativos.
Pero ¿qué es la cultura política? Definiciones sobran. Para Verba es “el sistema de creencias empíricas, expresiones simbólicas y valores que definen la situación en la cual tiene lugar la acción política” (Political Culture and Political Development, 1965). Más contemporánea es la de Roberto Varela: “conjunto de signos y símbolos compartidos (transmiten conocimientos e información, portan valoraciones, suscitan sentimientos y emociones, expresan ilusiones y utopías) que afectan y dan significado a las estructuras de poder". (Cultura y poder, 2005: 166). Esa cultura puede variar según la clase o grupo social y cambiar con el tiempo.
Lo anterior viene a cuento porque el Programa Universitario de Estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad de la UNAM, que dirige John Ackerman, ha presentado la Encuesta Nacional de Culturas Políticas y Democracia 2023. No hay espacio para examinar el conjunto de la encuesta (disponible por internet) pero algunos de sus datos pueden dar idea de la diversidad de las percepciones políticas que conviven hoy en México.
Ante siete componentes que se consideran consustanciales a la vida democrática, los encuestados dieron prioridad a la justicia por sobre la igualdad o el bienestar material: 26.7%, 20.7% y 8.8% respectivamente. Visto así, pareciera que “el hambre y sed de justicia” en México es un reclamo que está por encima de las diferencias de clase o del interés individual. Podría suponerse que la cultura política de los mexicanos está en sintonía con Platón: la sociedad virtuosa sólo existe en la medida en que es justa.
Sin embargo, cuando se pide a los encuestados que en una escala de cero a diez digan que tan justo es México, un 16.5% —los satisfechos— considera que el país ya es “básicamente justo” y un 20.1% ve el vaso de la justicia medio lleno (deciles 5 y 6) pero el 27.6% lo ve enteramente vacío. Como sea, la inconformidad es menor de la que podría esperarse dado el deplorable historial de nuestra justicia.
El Reporte Mundial de la Desigualdad 2022 nos ha hecho saber que hoy por hoy el 79% de la riqueza del país está en manos de apenas el 10% de la población, (World Inequality Report 2022, World Inequality Lab.). Para un 58.38% de los encuestados esa desigualdad social es claramente producto de decisiones políticas pero el 11.15% la considera un fenómeno natural. En otra pregunta, el 31.11% optó por atribuir esa enorme riqueza en pocas manos al esfuerzo e inteligencia de los ricos, un 28.05% a su buena suerte (herencia) y sólo un 32.45% vio su origen en la corrupción y en la explotación de los trabajadores. No sorprende, por tanto, que ante la posibilidad de “aumentar los impuestos a los ricos para ayudar a los pobres” —emplear el poder del Estado para disminuir la injusticia— sólo el 31.92% favoreció ese tipo de política fiscal, el 21.71% la rechazó por completo y el 47.37% adoptó una posición intermedia.
Del puñado de ejemplos presentados se pueden deducir varias cosas. Ante problemas profundos e históricos como la desigualdad social, hay dos polos claramente identificados con un buen espacio intermedio. El 34.33% de los encuestados se autoclasificó como centrista, en la izquierda lo hizo el 31.49% y el 21.62% aceptó ser de derecha. Sólo una minoría —12.68%— rehuyó cualquier identidad.
Es en esa complejidad, diferencias y oposición de valores que el gobierno de Andrés Manuel (AMLO) ha tenido que bregar en busca de un cambio de régimen. Pese a todo y según la propia encuesta, AMLO ha tenido éxito pues al final el 57.10% consideró que México es ya un país mejor, el 10.86% lo sigue viendo sin cambio, el 32.08% considera que ha empeorado y sólo un insignificante 0.08% no tuvo opinión. Aquí y hoy la indiferencia política casi desapareció, la resistencia al cambio tiene apoyo, pero no es mayoritario y los indecisos constituyen el campo de batalla entre el estatus quo y la izquierda.