Y bueno, ¿hacia dónde nos podemos encaminar los mexicanos como sociedad nacional?
Una preocupación tan vieja como la humanidad ha sido la búsqueda de fórmulas para predecir futuros personales o colectivos. Se ha intentado conocer lo que vendrá lo mismo escudriñando en los astros que en las entrañas de los animales, en textos sagrados o en la palma de una mano. Y la búsqueda continúa, pero por ahora, y en la medida en que aún se tiene confianza en poder vislumbrar lo que nos espera, esta confianza se deposita con cautela en la ciencia. Desafortunadamente las teorías de la organización social y en materia de predicción tienen problemas serios, para empezar la imprecisión de sus conceptos lo que dificulta en extremo la prueba de las hipótesis. Por tanto, en el examen de los fenómenos sociales, en particular en el campo de la política, las predicciones no pasan de ser meras probabilidades basadas en datos que con frecuencia son “blandos” y que se mezclan con prejuicios.
Como sea, para tratar de hacernos una idea de hacia dónde pudiéramos ir como sociedad tenemos que partir de preguntarnos de dónde venimos y en donde nos encontramos, que en sí mismo ya es debatible pues toda evaluación del pasado y del presente contiene una buena dosis de subjetivismo y de zonas grises o de plano obscuras. Pero no hay alternativa y es mejor intentarlo porque en algo puede alumbrar el camino por donde vamos a marchar.
La nuestra es una sociedad capitalista y dependiente y las variantes de las teorías de izquierda en torno a la evolución del capitalismo tienen un tronco común que sostiene que las contradicciones de ese sistema son insalvables y que tarde o temprano tiene que llevarle a crisis económicas y sociales más o menos profundas y no ajenas a la violencia revolucionaria que, a su vez, desembocaría en algún tipo de socialismo. Y según las visiones más radicales, desde el socialismo se podría empezar a avizorar el comunismo y el inicio, por fin, de la utopía: una auténtica nueva etapa civilizatoria que sería el arranque de la verdadera historia de la humanidad.
La derecha más ilustrada y optimista concibe el futuro de otra manera: como el triunfo definitivo y universal del capitalismo democrático. La implosión de la URSS y la transformación de China en semi capitalista eliminaron la alternativa del “socialismo real” como antesala de una futura sociedad sin clases ni Estado, es decir la utopía. Esta interpretación del capitalismo triunfante tuvo —o tiene— en Francis Fukuyama a un teórico muy sofisticado. Para este profesor de Stanford la evolución de las sociedades, desde las de los primates hasta las propiamente humanas muestra que la economía capitalista enmarcada en un sistema político realmente democrático e incluyente puede llevar a un “fin de la historia” tal como la hemos vivido para inaugurar una nueva eran una donde la gran tarea sea el perfeccionamiento de lo ya logrado —el capitalismo democrático— y extenderlo a todos los rincones del planeta.
Según esta última visión, en el horizonte del capitalismo futuro desaparecerán o se limarán sus rasgos más brutales y se impondrán, vía políticas democráticas, frenos a la degradación de la naturaleza, sistemas fiscales que reviertan la actual tendencia a la acumulación desmedida y antisocial de la riqueza con el consiguiente aumento de la desigualdad y de la violencia en los ámbitos nacionales e internacional.
En este primer cuarto del siglo XX, la izquierda mexicana no acepta la versión optimista de un capitalismo benigno futuro, pero tampoco ofrece una alternativa teórica clara y práctica frente al conjunto de reglas y mecanismos del capitalismo triunfante. A nivel global y en el mundo de la post Guerra Fría Estados Unidos aparece como la superpotencia dominante con una China en ascenso y que poco a poco se ha desprendido de su esencia socialista, aunque no de la autoritaria.
En términos generales la izquierda mexicana, especialmente la que hoy está en el poder, no puede operar bajo la premisa de prepararse para un futuro post capitalista próximo. El realismo obliga a esa izquierda suponer que guste o no y por un tiempo indefinido México tendrá que aceptar a nivel local e internacional que las reglas de su economía seguirán siendo las del mercado. Con esta premisa la meta debería ser emplear a fondo todos los instrumentos del poder democrático a su disposición, sea ya como gobierno o como partido y movimiento y expandir al máximo los servicios públicos, hacerlos de calidad y usar su poder para limitar los innegables efectos socialmente dañinos del sistema de economía de mercado, como la explotación desmedida de la naturaleza y de las clases trabajadoras.
Finalmente, el elemento ético en el ejercicio del poder y de toda la actividad política debe de ser el distintivo de la política de izquierda y rasgo fundamental de su discurso y de su práctica. En la ética de la 4T, en su concepto de “humanismo mexicano” debe mantenerse como factor moral de contraste frente al capitalismo en cualquiera de sus modalidades.