Algo característico de los vientos de regresión autoritaria que vive el mundo es el ataque desde el poder al pensamiento crítico y a los espacios naturales en donde el mismo se recrea: las universidades.

Los modos y estrategias pueden ser diferentes, pero el objetivo es el mismo, forma parte del libreto autocrático que los gobernantes autoritarios siguen al pie de la letra: desprestigiar, acosar y, de ser posible, intervenir los centros de enseñanza y de investigación para subordinarlos a los dictados que busca imponer el gobierno.

La razón es simple; el autoritarismo es, por definición, intolerante y repelente a cualquier tipo de crítica. Ésta abre la puerta a que se cuestionen las razones de las decisiones gubernamentales y por lo tanto se erosionen las bases de sus dichos y de su legitimidad política.

Las universidades, por definición son espacios de pluralismo y tolerancia, de construcción de conocimiento fundado en datos reales (que es la diferencia entre ciencia y superchería) o bien en la confrontación respetuosa de posturas diferentes. Así, la uniformidad de pensamiento al que los autoritarios aspiran es contraria a la naturaleza y la esencia misma de las universidades.

Es cierto que el ataque desde el poder a las universidades no es un fenómeno nuevo. Se remonta al origen mismo de los centros universitarios y desde entonces, por siglos, ha habido numerosos episodios que ilustran el intento de someter el pensamiento científico y la discusión informada que poco a poco se fue instalando en dichos centros a los dictados de los gobernantes.

En el último siglo todos los regímenes autoritarios han pretendido, invariablemente, incidir en las universidades para acotar o eliminar la posibilidad de que desde esos espacios se critique o se cuestione la actuación del poder. Así ocurrió, por ejemplo, en la Italia de Mussolini cuando en agosto de 1931 se impuso a los profesores universitarios la obligación de jurar fidelidad al fascismo como condición para poder impartir cátedra en los centros de enseñanza superior. Bajo la misma lógica se obligó a los docentes alemanes suscribir un voto de lealtad a Hitler y al Estado Nacionalsocialista, en noviembre de 1933, so pena de expulsión de las universidades.

En los tiempos de la actual oleada autoritaria que asola a las democracias el ataque a las universidades ha sido una constante. Ejemplos abundan, pero me limito a señalar apenas algunos. Es emblemático el intento del gobierno de Orban por cerrar, mediante una ley expedida en 2017, la prestigiosa Universidad Central Europea de Budapest, un reconocido centro de estudios liberal y progresista, que provocó una airada reacción internacional y que fue impedido cuando el Tribunal de Justicia Europeo ordenó a Hungría a derogar su legislación por contravenir la normatividad europea.

Otro ejemplo es la andanada de críticas que durante su gobierno López Obrador dirigió a la UNAM acusándola de haber renunciado a su vocación social, de haber apoyado acríticamente a los “gobiernos neoliberales”, de no enseñar derecho constitucional, de haber abrazado la causa “conservadora” entre muchas otras sandeces. Lo grave es que eso se tradujo en el intento de eliminar (“por un error de captura” se dijo) la autonomía universitaria de la Constitución, en diciembre de 2018, o de recortar drásticamente el presupuesto de las universidades públicas (otra vez “por error”) ya en el gobierno de Sheinbaum a fines del año pasado.

El caso más reciente es la andanada que Trump ha lanzado contras las universidades norteamericanas intentando imponer su agenda política e ideológica en los centros de educación superior, amagándolos con graves recortes en los fondos y subvenciones gubernamentales. Sin embargo, Harvard, la universidad más prestigiosa (y también solvente) del país, en estos días ha iniciado una abierta oposición a las pretensiones de Trump, así como la defensa legal de su autonomía e independencia, envalentonando a otras universidades, incluidas algunas que habían cedido en los meses previos (como Columbia), abriendo un capítulo de una enorme trascendencia que habrá que seguir con atención.

Las lecciones que vengan de fuera serán centrales para continuar la defensa de nuestras universidades frente a la pretensión de pensamiento único, la “autonomofobia” y la vocación autoritaria que distinguen al morenismo.

Investigador del IIJ-UNAM

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