La soberbia es una de las peores actitudes en el ámbito de la política. Desde Maquiavelo es considerada como una de las actitudes más perniciosas y desaconsejables en el actuar político (un grave defecto, un vicio o, si se quiere, una “anti-virtud) porque implica cerrar los oídos ante las voces y juicios de los otros, ser insensibles ante los hechos y los datos que la realidad arroja, y pretender, sin más —por pura arrogancia o pretensión de superioridad—, tener el monopolio de la verdad y la razón. La soberbia es una cualidad negativa que ciega y ensordece al político, que lo aísla y lo induce, tarde o temprano, al error.
La verdadera razón por la que López Obrador perdió las elecciones de 2006 (más allá de las irregularidades que, aunque ocurrieron —como las indebidas e irresponsables declaraciones de Fox durante las campañas—, no son la causa real de su derrota) fue porque la soberbia de creer que tenía asegurada la victoria lo llevó a cometer graves y costosísimos errores. No acudir al primer debate; insistir en su contraproducente cantaleta de “cállate chachalaca” (que le restó una decena de puntos en las preferencias electorales); menospreciar al ingeniero Cárdenas y no tener con él un gesto de elemental cortesía a pesar de ser el líder histórico de la izquierda (mientras que, en cambio, Fox le encomendó en plena campaña ser el responsable de la organización de los festejos del bicentenario de la Independencia y del centenario de la Revolución); amenazar con encarcelar a los empresarios por corruptos; son algunas de las muchas equivocaciones, dignas de un manual para perder elecciones, que cometió cegado por la soberbia.
La soberbia, además, suele ser una de las principales características que distinguen a los autoritarios, particularmente cuando éstos alcanzan el poder. Aunque lleva pocos meses en el cargo, me temo que aquella se está volviendo uno de los rasgos característicos del modo de gobernar de Claudia Sheinbaum.
A pesar de que se insiste mucho en su carácter de “científica”, los hechos demuestran que más que la tolerancia, la capacidad de escuchar, la autocrítica, la ponderación, la argumentación y una visión relativista de entender al mundo en las que, por definición, se funda la discusión científica, lo suyo son la intolerancia, el dogmatismo, los otros datos, la arbitrariedad y también, como ha aflorado con preocupante nitidez y claridad en los días recientes, la soberbia.
Razones, tal vez no le faltan. Su contundente triunfo electoral, el control total que —indebidamente— su partido tiene en el Congreso, la contundencia y velocidad con la que han desmantelado las instituciones de control, la capacidad de imponer unilateralmente sus decisiones, la condescendencia y alineamiento de los factores de poder (como los empresarios o los medios de comunicación) y hasta el aparente y momentáneo suceso de posponer los aranceles con los que Trump nos amenaza, son todos factores que alimentan la actitud altanera con la que se pavonea.
Basta ver, como los ejemplos más recientes de lo anterior, la actitud con la que, con una prepotencia inédita, la presidenta de la República decidió no invitar a la SCJN, cabeza de uno de los poderes del Estado, a la celebración, el pasado 5 de febrero, del aniversario de la Constitución (hoy convertida en propiedad privada del morenismo y del gobierno). “Es un acto que organiza el Ejecutivo”, dijo Sheinbaum, y “entonces, en esta ocasión tomé la decisión… de que vamos a estar dos poderes”, olvidando así que ella no es solamente la titular de uno de los poderes, sino que, dada su función de jefa de Estado, es también la responsable última de la unidad política de la Nación.
Adicionalmente, hace un par de días, al enfrentar los insistentes cuestionamientos de una reportera de Proceso, a propósito de la presencia del general Cienfuegos en la “Marcha de la lealtad”, afirmó que lo dicho por ella y, unos minutos antes, por el fiscal general de la República, “no es la versión oficial, es La Verdad”, bajo la cuestionable premisa que “nosotros no mentimos”.
Una presidenta que asume, con base en un mero argumento de autoridad, que sus dichos son La Verdad (con mayúsculas), no sólo implica una peligrosa postura autoritaria, sino, sobre todo, una soberbia inaudita que puede ser muy peligrosa visto el complicado panorama que se vislumbra para el país en el futuro inmediato.
Investigador del IIJ-UNAM.