Si algo distingue a los autoritarios es su prepotencia. El desprecio por las posturas ajenas y la creencia de la superioridad moral, política e ideológica de sus propias convicciones que los define suele traducirse en comportamientos arrogantes, tercos, cerrados y usualmente abusivos cuando, además, ocupan alguna posición de poder.

En México lo sabemos bien, los gobiernos de López Obrador, primero, y el de Claudia Sheinbaum (erigido como la mera continuidad —reforzada— del anterior), después, han hecho gala de un profundo desprecio por las razones, los datos, el diálogo y la construcción de consensos como modo de hacer y entender a la política; para ellos ésta es mera imposición o chantaje. La prepotencia y el abuso han sido un sello distintivo de los gobiernos morenistas desde la absurda e insensata medida adoptada por el expresidente de cancelar la construcción del aeropuerto de Texcoco como mero acto de autoridad (pues en realidad sólo buscaba demostrar quién mandaba).

Hoy, luego de su asunción en su segundo mandato presidencial, nos encontramos con un Trump igual o peor en términos de prepotencia, sinrazón y abuso y lo hacemos teniendo a un gobierno incapaz de hacer política en serio —porque simplemente no entienden qué significa—, incluida la internacional que en los últimos años ha estado completamente borrada de las prioridades gubernamentales.

En ese sentido resulta muy interesante ver cómo en estos días el gobierno de Sheinbaum ha pretendido oponer razones, argumentos, explicaciones y demandar diálogo y entendimiento con su contraparte norteamericana, cuando en el plano interno es justamente de lo que ellos han carecido.

Seamos claros: las posturas de Trump hacia México en términos de migración y relación comercial son sencillamente inaceptables. El problema es que frente a un Trump recargado y fuerte de las nuevas condiciones políticas con las que inicia su segundo mandato, el gobierno mexicano no ha atinado a construir un discurso coherente y mucho menos una estrategia y un plan de acción articulado.

En las últimas semanas hemos visto en el discurso oficial tumbos que van desde la exposición de argumentos y datos en torno a la relación binacional y los beneficios para ambos países derivados de la colaboración conjunta, a las bravatas trasnochadas (como la mención al himno si hubiera alguna acción unilateral de los norteamericanos contra los cárteles mexicanos), sin atinar a delinear una postura clara.

Al contrario, hay quienes, como Gerardo Esquivel y Ciro Murayama han planteado que debería proponerse la creación de una unión aduanera con nuestros socios del TMEC como contrapropuesta al discurso trumpista de que Canadá y México sirven de puerta trasera para el ingreso de productos chinos. Esa ambiciosa meta no sólo sería conveniente en términos de nuestra integración comercial regional y la defensa de los intereses comunes, sino que, además, nos permitiría practicar “judo” con las abusivas declaraciones y posturas de Trump (C. Murayama, El Financiero, 22-01-2025). Siempre, al final, enfrentar a un autoritario implica aprender a jugar judo (como lo hizo el INE frente a los ataques de AMLO durante años).

En ese mismo sentido, debería asumirse públicamente el fracaso de la política de “abrazos no balazos” para combatir al crimen organizado, reconocer que México tiene un problema de seguridad que no sólo nos afecta a nosotros sino también a nuestros vecinos (el necio y absurdo negacionismo respecto al papel de nuestro país en la cadena de producción del fentanilo no ayuda en nada, por ejemplo), aceptar la válida preocupación de los Estados Unidos sobre el tema y plantear un plan de colaboración, con compromisos y responsabilidades específicas, para combatir conjuntamente a las organizaciones criminales.

También debería hacerse un frente común con Canadá, un socio al que no sólo hemos descuidado, sino también ofendido —como las descalificaciones y extrañamientos del gobierno frente a las legítimas preocupaciones que su embajada externó por la reforma judicial—, aunque eso pasa por ofrecer disculpas y empezar de nuevo.

Ojalá que tengamos una administración a la altura de las circunstancias (si bien nos toca ayudar a todos, quien nos gobierna debería, por primera vez, tratar de escuchar). Sería una desgracia costosísima que al final México haya tenido al peor gobierno en el peor momento.

Investigador del IIJ-UNAM

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