Desde mediados del siglo pasado, influenciada en gran medida por las relevantes contribuciones conceptuales planteadas por Hans Kelsen en la materia, la discusión sobre las formas de gobierno dejó atrás la clasificación entre los tipos clásicos de regímenes políticos (monarquía, aristocracia y democracia) que, con variaciones, orientó el análisis político desde la antigüedad clásica y que había devenido obsoleta y comenzó a orbitar en torno a dos grandes categorías: la democracia y la autocracia.

Las democracias (particularmente su forma más acabada que son las llamadas democracias constitucionales) son aquellos regímenes en los que las y los ciudadanos participan de manera autónoma en la toma de las decisiones colectivas, directamente o a través de la elección de representantes políticos que, en su nombre, toman las determinaciones políticas a través del principio de mayoría, pero siempre de manera acotada y limitada para evitar el exceso en el ejercicio del poder. Para ello, las democracias tienen mecanismos de distribución y control del poder público para evitar su abuso (incluso por parte de las mayorías), en primera instancia la división de poderes, el reconocimiento de los derechos humanos y el principio de legalidad (que implica la preeminencia de la ley sobre el poder de quien gobierna).

Las autocracias, por su parte, son aquellos sistemas en donde el poder tiende a estar concentrado, el gobierno carece de límites en su ejercicio, los gobernados no participan o no son determinantes en el proceso de decisión colectiva y son, por ello, meros destinatarios de las determinaciones que les son impuestas desde lo alto. Además, en las autocracias los gobernados carecen de mecanismos eficaces para defenderse frente a las decisiones del poder y éste carece de controles y de límites, en primer lugar, el de respetar y estar subordinado a la ley.

Por supuesto, ninguna de esas dos tipologías supone que los regímenes que pertenecen a cada una de ellas son idénticos entre sí, sino que su clasificación como democracias o autocracias se da a partir de la existencia de una serie de características o elementos básicos que les son comunes y que se pueden presentarse con mayor claridad o intensidad y, en esa medida, determinar si son más o menos democráticos, por un lado, o autocráticos, por el otro.

El proceso de transición a la democracia que vivió nuestro país el siglo pasado implicó crear las condiciones democráticas básicas para salir del sistema autoritario que se había construido al cabo de la Revolución Mexicana y que perduró durante décadas. Esas condiciones fueron esencialmente: a) la realización de elecciones auténticas en las que el voto fuera emitido libremente y respetado; b) que la competencia electoral contara con una serie de elementos mínimos de equidad; c) que la representación en el Congreso permitiera la expresión de todas las fuerzas políticas relevantes a partir de una lógica de tendencial proporcionalidad entre votos y escaños y d) la construcción de instituciones y procedimientos de control del poder y de defensa de los derechos de los gobernados.

A contracorriente con esa evolución histórica, en los últimos años, el morenismo, movimiento con una clara vocación autoritaria que llegó al poder gracias a las condiciones democráticas que logramos construir, ha venido dinamitándolas una a una. Con una intervención inconstitucional y descarada desde el gobierno se han vulnerado gravemente las condiciones de equidad en las elecciones frente a la pasividad y condescendencia de los órganos comiciales; se ha instaurado fraudulentamente una mayoría calificada en el Congreso que le ha permitido al oficialismo cambiar a su antojo y de manera unilateral la Constitución y las reglas esenciales de la convivencia política; se han desaparecido o colonizado, inutilizándolas, las instituciones de control y contrapeso del poder gubernamental; se ha producido un proceso de concentración del poder en el gobierno federal reasumiendo muchas de las facultades que se le habían quitado para dejar atrás el añejo hiperpresidencialismo autoritario y, finalmente, con la elección judicial se ha tomado el control de la judicatura con lo que ahora el morenismo domina los tres poderes del Estado.

Con ello, nuestro régimen político se ha precipitado nuevamente al terreno de las autocracias.

Investigador del IIJ-UNAM. @lorenzocordovav

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