En las democracias representativas votar es el acto político por excelencia y no debería representar un dilema para los ciudadanos. Al contrario. El voto es el principal mecanismo mediante el que las y los ciudadanos participan en el proceso de decisión política, pues a través de éste designan a sus representantes, a partir de la identidad de intereses, ideología y posturas políticas, para que sean éstos quienes continúen con dicho proceso de toma de las decisiones colectivas que, en cuanto tales, resultan vinculantes para todos.
Si acaso el dilema democrático debería reducirse a quién votar de entre la oferta de partidos y candidatos que se le presenta al elector, pero no, en principio, a votar o no votar.
Sin embargo, elegir a jueces, como ahora va a ocurrir en nuestro país, es un sinsentido democrático porque éstos no son ni deben ser representantes políticos, sino quienes, desde una postura de imparcialidad frente a los intereses de las partes, resuelven los conflictos que se presentan entre los particulares, entre estos y las autoridades o bien entre los órganos del Estado. Votar a los jueces implica que ahora éstos van a representar los intereses de quienes los eligieron y a quienes se deben, desnaturalizando su función y la lógica que tienen las elecciones en una democracia.
Por supuesto, para los seguidores convencidos del oficialismo es lo mejor que pudo haber pasado. Pero no todos piensan así. Muchas personas hoy enfrentan, por el contrario, la disyuntiva entre participar y con ello legitimar un proceso que no es democrático en sí, o no hacerlo.
La paradoja antidemocrática de esta elección se reafirma si, además, como está ocurriendo, la gran mayoría de los que han decidido acudir a las urnas van a hacerlo a ciegas, sin saber ni qué cargos específicos se están votando, ni cuáles son las responsabilidades que van a desempeñar los electos, ni, en general, quiénes son las personas que se han candidateado para ocuparlos.
La disyuntiva entre votar o no es también consecuencia de que esta reforma tiene un grave problema de origen: no fue el resultado de una amplia discusión pública ni de un consenso social amplio e incluyente, sino de la imposición arbitraria y atropellada de una mayoría artificial y fraudulentamente construida en el Congreso, que estaba más preocupada por “darle un regalo de despedida” a un gobernante rencoroso que por mejorar el estado de la justicia.
Además, en esta elección se han roto todas las garantías de certeza y de respeto a la libertad del sufragio que se construyeron durante décadas, con lo que no existen garantías reales de que el sentido del voto se respete.
Todo esto sostiene el planteamiento de quienes han decidido no querer participar en un ejercicio que constituye una simulación democrática y en donde el oficialismo ha intervenido promoviendo a sus candidatos. Votar significa, inevitablemente, legitimar este proceso y no acudir a las urnas es una manera de protestar políticamente contra el mismo.
Aunque, por otro lado, hay quien ha logrado identificar en el océano de desconocidos algunas candidaturas que, tal vez, tienen experiencia y podrían garantizar la independencia judicial que la reforma ha pretendido socavar y, por lo tanto, consideran que vale la pena votar por ellas. Se trata también de una postura justificada que asume que votar es la única manera de poder incidir y no entregarle el Poder Judicial al gobierno y su partido.
Ambas posiciones desde su perspectiva tienen razón, son válidas y legítimas. Lo que nos toca ponderar es qué asumimos como más importante: no legitimar un proceso que no debería estar ocurriendo porque es antidemocrático y en muchos sentidos una farsa, o bien, a pesar de todo, acudir e intentar que el oficialismo no se lleve el carro completo y termine por avasallar la judicatura, aunque ello signifique avalar un proceso que es contrario a la esencia y la lógica de la democracia, es decir, que el Poder Judicial no es un poder político, sino un mecanismo para proteger a las personas frente al abuso del poder.
Yo comulgo con la primera postura, aunque respeto a quienes coinciden con la segunda. Para mí esta elección no debería estar ocurriendo y no pretendo legitimar el abuso, la arbitrariedad y el autoritarismo de quienes hoy nos gobiernan, participando en lo que, considero, es una simulación democrática.
Investigador del IIJ-UNAM @lorenzocordovav