La sedicente “izquierda”, en medio de gases lacrimógenos contra estudiantes y trabajadores del Poder Judicial, de un despliegue inusitado de “granaderos” en torno a la sede senatorial y de la mano de personajes siniestros de la vida nacional (los que se formaron y militaron en el viejo priísmo con todas sus prácticas de abusos y corrupción, los que se encumbraron en los gobiernos panistas y hoy reniegan de su origen, los que avalaron entre burlas el aumento al IVA en 1995, los que defendieron al PRI en el escándalo conocido como Pemexgate, los que fueron cercanos colaboradores de Mario Marín en el gobierno de en Puebla y defensores de la red de trata que él mismo protegió, y los que por su negro historial que los podía llevar incluso a la cárcel, por prebendas o por simple conveniencia traicionaron a los electores que los votaron hace apenas dos meses, entre otros), concretó ayer la reforma judicial que sepulta en México una auténtica división de poderes. Esta, en efecto, depende de la independencia e imparcialidad de quienes imparten justicia y que, por eso mismo, son la última garantía que tienen las y los ciudadanos frente a los abusos del poder político. Ahora esos juzgadores se designarán por las mayorías mediante elecciones directas y a esas mayorías prestarán su servicio: la politización de la justicia.

Bonita manera de escribir la historia de quienes presumen tener superioridad moral y que no escatimaron en usar —desde hace años ya— todo el aparato del Estado para imponer su punto de vista de manera unilateral sobre los demás. Los que se sienten dueños del país “enseñaron el cobre” y, mediante trampas, abusos, amenazas, chantajes, el uso faccioso de la procuración de justicia y sobornos, se han hecho del control total de los poderes del Estado.

El morenismo nos enseñó muy pronto que para ellos la política es concebida como la mera acumulación del poder necesario para imponerse y doblegar, como sea, a sus adversarios (es decir la política entendida en su sentido autoritario), no como el ejercicio de diálogo, convencimiento, entendimiento y construcción de consensos (como supone entender la política en su sentido democrático).

Nos tardamos décadas para concretar la transición a la democracia y nos bastaron pocos meses para fraguar la transición al autoritarismo mediante la eliminación de los controles y contrapesos institucionales al poder político. En efecto, la obra del obradorismo (y por lo que pasará a la historia) ha sido el avasallamiento y el sometimiento de las instituciones de control y regulación para ajustarlas a la voluntad del gobernante.

Habrá quienes consideren mis dichos como exagerados o, cuando menos, aventurados. Se me dirá que hay que esperar a ver lo que sucede, que los contrapesos factuales (la economía, las inversiones, el contexto internacional, entre otros) pueden atemperar la marcha autoritaria que cada día acelera su paso y que, a pesar de que queda muy maltrecha de este trance, aún no se ha terminado de extender el acta de defunción de nuestra democracia constitucional. Puede ser cierto, pero también lo es que las ínfulas y el comportamiento autoritario con las que ha actuado el oficialismo en los tiempos recientes no dejan espacio para vaticinar nada bueno luego del desmantelamiento que la reforma hace del Poder Judicial que es (o era), insisto, el principal contrapeso al ejercicio autocrático del poder en una democracia constitucional.

Todo parece indicar que el terrible hado que Octavio Paz identificó como elemento distintivo de nuestra historia, el “hilo de la dominación”, ha vuelto por sus fueros y demuestra que la democracia está condenada a ser un destello escaso y esporádico en nuestra vida nacional. En efecto, con excepción de los pocos meses que siguieron a la expedición de la Constitución de 1857, hasta el estallido de la Guerra de los Tres Años, primero, del breve gobierno de Madero, cortado de tajo por el golpe de Estado huertista, más tarde, y de los menos de treinta años que hoy se están terminando, la democracia ha sido una experiencia fugaz en nuestros 200 años de vida independiente.

Me temo que, con realismo y sin ánimos tremendistas, ha iniciado, de nueva cuenta, la noche del autoritarismo. Su duración dependerá de la fuerza con la que se sostenga el ánimo de libertad y la capacidad de resiliencia democrática de la sociedad.

Investigador del IIJ-UNAM

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.
Google News

TEMAS RELACIONADOS