Morena, en particular, y la coalición gobernante, en general, son un amasijo de personas y de mentalidades profundamente diversas y hasta contradictorias entre sí. Su existencia es el producto de la convergencia, en unos casos, de diferentes ideologías (algunas muy trasnochadas) y, en otros, de meros oportunismos políticos (no es casual la confluencia bajo sus siglas de expriístas, expanistas, experredistas… y siga usted sumando todos los “ex” que guste).

Ahí tienen cabida tanto añorantes de anacrónicos delirios comunistas (estalinistas incluso), sectarios e intransigentes defensores del “Santo Grial” del morenismo (los puristas, pues) o integrantes de dinastías dedicadas a la manipulación, la movilización y el clientelismo político y social, como toda clase de advenedizos, conversos o políticos pragmáticos y de conveniencia (baste pensar en el rápido acomodo que encontró el PVEM y su codiciosa dirigencia en las filas del obradorismo).

Tal revoltijo es posible por dos razones fundamentales: en primer lugar, por la inevitable capacidad que tiene el poder político para amalgamar lo que sea y, en segundo lugar, por la profunda vocación autoritaria que identifica a la sedicente “4T” como elemento distintivo por excelencia. Esa mentalidad autoritaria es la que permite la coexistencia de la multiplicidad de razones personales o de grupo que permean a lo largo de ese vasto y disímbolo abanico que es la coalición gubernamental y que van desde la simple ambición, la protección de intereses y corruptelas, hasta los rencores o incluso la mera sed de venganza.

Basta ver lo que ha sido la historia del obradorismo a lo largo de siete años en el gobierno para constatarlo: toda su actuación se ha centrado en concentrar el poder en el Ejecutivo federal, en eliminar controles y contrapesos institucionales, en construir un potente aparato de clientelismo político, en dividir a la sociedad entre amigos y enemigos y, en consecuencia, a estigmatizar, descalificar y hostigar a sus adversarios. Si eso no constituye un ejercicio autoritario del poder, como la presidenta Sheinbaum demagógicamente se cansa de repetir, entonces tenemos un grave problema de definición conceptual.

La maquinaria autoritaria de Morena y sus aliados ha avanzado por las buenas o por las malas: han ganado legítimamente elecciones (pero también las han descalificado aduciendo fraudes irreales cuando las han perdido); han violado o torcido la ley cuando ocurre y han cometido todo tipo de tropelías y abusos, como pasó con la tramposa e inconstitucional conformación de una mayoría calificada en el Congreso, que no les fue otorgada por el voto en las urnas, y gracias a la cual han privatizado para su propio beneficio la Constitución. Y es que, como se decía en los viejos tiempos del presidencialismo autoritario, cuando no ganan, arrebatan.

Así se hicieron del Legislativo, anulándolo como instancia de contrapeso político del Ejecutivo y reduciéndolo a mera oficialía de partes del gobierno. Así militarizaron por completo la seguridad pública. Así potenciaron la inconvencional figura de la prisión preventiva oficiosa. Así desaparecieron a los incómodos órganos constitucionales autónomos que no habían capturado o avasallado (como pasó con la CNDH o el actual INE). Así purgaron al entero Poder Judicial (salvo a la servil Sala Superior que desde hace tiempo es un apéndice de la voluntad oficial) para colonizarlo con juzgadores a modo a través de una elección amañada y fraudulenta. Y así van a hacerlo con la reforma electoral que en breve será presentada y con la que terminarán de anular al INE, dinamitar las condiciones de equidad en la competencia y erosionar la representación del pluralismo en el Congreso.

Y, sin embargo, como lo evidencia el estupendo texto de Raúl Trejo, Microhistoria de la Ley de Telecomunicaciones (Blog de Nexos, 1/7/2025), la indignación ciudadana que provocó la atrabiliaria iniciativa originalmente planteada por la Presidencia llevó al oficialismo a su posposición y modificación en sus puntos más polémicos lo que, si bien no elimina el control que tendrá el gobierno sobre la materia, por lo menos lo matiza en algunos temas.

Eso demuestra que, frente a la barbarie autoritaria que pretende el oficialismo, si queremos rescatar a la democracia no nos queda más que resistir y no darnos por vencidos.

Investigador IIJ-UNAM. @lorenzocordovav

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