La migración tiene muchas caras. Están las personas que deciden salir de su ciudad o país para estudiar, hacer negocios o simplemente hacer turismo. Pero también están los otros, aquellos que no cuentan con las condiciones necesarias para vivir libre y dignamente en su lugar de residencia y deciden buscar nuevas opciones que les garanticen una mejor vida .
Por desgracia, muchas veces, el destino o calidad de vida de primera instancia de millones de seres humanos está determinada por el lugar y la familia donde nacen y hasta por el color de piel , lo que les obliga a buscar nuevos rumbos que les brinden mejores condiciones para ellos y sus familias.
Paupérrimas condiciones económicas , de salud, desgracias naturales o escenarios de violencia son sólo algunos de los factores que llevan a la gente a migrar. La travesía incluye cientos de obstáculos, desde “coyotes” desalmados y autoridades corruptas hasta narcotraficantes despiadados que aprovechan la condición de vulnerabilidad de aquellos que persiguen el sueño de vivir mejor.
Por décadas, México se caracterizó por ser un expulsor de migrantes. De 2000 a 2005, informes del Banco Mundial, señalaban a nuestro país como el máximo expulsor de migrantes del mundo, al alcanzar la cifra de 2 millones de personas que buscaban una oportunidad de empleo en los Estados Unidos.
Las historias de angustia, dolor y desagravios por alcanzar el sueño americano se reflejaron en cientos de canciones que describían a ritmo de música norteña, banda o grupera, esas andanzas de nuestros paisanos al cruzar el Río Bravo o el desierto de Arizona para llegar al otro lado y ganar unos cuantos billetes verdes que les permitieran alcanzar una mejor calidad de vida, esa que no podían tener aquí.
Esa realidad se transformó en parte de nuestro ADN como mexicanos. No es casualidad que en 2019 México haya ocupado el segundo lugar como el país con mayor número de emigrantes internacionales (11.8 millones), después de India (17.5 millones), de acuerdo al Anuario de Migración y Remesas México 2020.
Sin embargo, desde hace unos años, nuestro país se ha convertido también en uno de los mayores receptores de migrantes, aunque la gran mayoría de paso, ya que no tienen intenciones de quedarse en México pues su objetivo es claro: llegar a los Estados Unidos.
Es así que el número de centroamericanos , cubanos, venezolanos, haitianos y de diversos países africanos se ha incrementado de manera considerable en Tapachula, Chiapas, nuestra frontera sur, lugar que ha sido epicentro de una movilización migratoria sin precedentes.
Hace unas semanas, el Instituto Nacional de Migración (INM) dio a conocer que entre el 1 de enero y el 31 de agosto de 2021 se logró identificar a 147 mil 33 personas migrantes que transitaban en condición irregular por territorio nacional, una cifra que representa el triple de lo registrado durante el mismo periodo de 2020.
No hay datos exactos, pero se calcula que en este momento hay alrededor de 80 mil migrantes viviendo en Tapachula, una ciudad que se ha convertido en un muro de contención gracias a las políticas migratorias acordadas entre las autoridades mexicanas y estadounidenses para evitar que avancen hacia territorio norteamericano.
Las imágenes que hemos visto en días recientes, en las que elementos policiacos, agentes migratorios y de la Guardia Nacional perseguían, detenían y en algunos casos agredían a los migrantes, nos debe llevar a una profunda reflexión, pues hemos pasado de ser víctimas a victimarios. Ahora las escenas xenofóbicas provienen de los propios mexicanos y eso no lo podemos tolerar, pues no olvidemos que migrar ha sido la base de la humanidad.
Urge que el Gobierno federal genere soluciones junto con los países de origen, paso y destino para que haya una migración ordenada pero, sobre todo, que les garantice que su integridad, dignidad y derechos sean respetados en nuestro país y no hacer lo que tanto hemos criticado de nuestros vecinos del norte. Pongamos el ejemplo ya, pues al final, todos somos migrantes. #OpiniónCoparmex