En esta ocasión, por ser una fecha especial, he decidido dejar de lado los temas políticos o jurídicos, por algo más cercano: la Navidad, una celebración que une a familias, pueblos y culturas, pero que también invita a reflexionar sobre las profundas desigualdades y retos que enfrentamos como sociedad.
La fusión de dos mundos: Navidad prehispánica y occidente
Hablar de la Navidad en México es hablar de una mezcla cultural única. Antes de la llegada de los españoles, las culturas mesoamericanas ya celebraban rituales importantes en esta época del año. Las comunidades mexicas, por ejemplo, honraban a Huitzilopochtli, el dios de la guerra, con una gran fiesta en diciembre conocida como Panquetzaliztli, que coincidía con el solsticio de invierno. Se realizaban cantos, danzas y banquetes que celebraban la victoria del sol sobre la oscuridad, un tema que no dista tanto del simbolismo cristiano de la Navidad.
Con la llegada de los colonizadores, las festividades prehispánicas no desaparecieron, sino que se sincretizaron. Las posadas, que ahora recrean el peregrinaje de María y José, incorporan elementos indígenas como las procesiones y las ofrendas, prácticas comunes en rituales precolombinos. Incluso las piñatas, tan características de estas fechas, tienen un origen que podría vincularse con las ollas de barro decoradas que los mexicas utilizaban en ceremonias religiosas.
Raíces clásicas en la Navidad mexicana
Aunque a simple vista, la Navidad en México parece una tradición completamente occidental, algunos de sus aspectos tienen raíces más antiguas, provenientes de culturas grecorromanas. Por ejemplo, la fecha del 25 de diciembre no corresponde realmente al nacimiento histórico de Jesús, sino que fue elegida por la iglesia para coincidir con la Saturnalia romana, una festividad que celebraba el solsticio de invierno y el renacimiento del sol. La elección del día fue como una metáfora, de que Jesús era el nuevo “sol” que había venido a iluminar el mundo.
La Saturnalia era un periodo de banquetes, regalos y un ambiente de igualdad temporal, donde incluso los esclavos podían participar. Esta idea de compartir y celebrar colectivamente se trasladó a las tradiciones navideñas, que en México evolucionaron para incluir también los valores de comunidad y solidaridad de nuestras culturas indígenas.
La otra cara de la Navidad
Sin embargo, no todo es luces y colores. La Navidad también pone en evidencia las desigualdades sociales. Mientras muchas familias disfrutan de cenas abundantes, regalos y reuniones cálidas. Hay miles de migrantes que cruzan el país en estas fechas, enfrentando frío, hambre y peligros en su búsqueda del “sueño americano”. Para ellos, esta fecha es un recordatorio de la distancia que los separa de sus seres queridos y de los sacrificios que han hecho.
Lo mismo ocurre con quienes viven en situaciones de pobreza extrema o han sido desplazados por la violencia. Según las cifras oficiales, más del 40% de los mexicanos vive en pobreza, y para estas personas, no siempre es un tiempo de celebración, sino de supervivencia.
Una fecha para replantearnos
La Navidad no solo es un momento para celebrar, sino para reflexionar. Así como nuestras tradiciones han surgido de la fusión de diferentes culturas, quizá nosotros también podamos tomar esta época como una oportunidad para replantearnos que hemos hecho a lo largo del año y hacia dónde queremos dirigirnos. En un mundo donde las diferencias se convierten en barreras, tal vez sea el momento de recordar que la Navidad, al final, es un recordatorio de la luz que siempre puede renacer, incluso en los momentos más oscuros.
México es un país de contrastes, pero también de esperanza. Y aunque no todos podamos celebrar esta fecha de la misma manera, el espíritu de la ocasión puede convertirse en un llamado a la acción, a la empatía y a la unión.
La Navidad no solo está en los nacimientos, las piñatas o las luces: está en la capacidad de encontrar, en medio de nuestras diferencias, los puntos que nos unen como sociedad.