Ayer se aprobó en la Cámara de Diputados el proyecto de reforma que, en lugar de combatir las viejas prácticas del nepotismo y la reelección, las pospone hasta 2030, de manera que algunos de los actuales políticos puedan seguir heredando los cargos de elección popular. Aplicaron la consigna del Poder Judicial cuando se estaban manifestando en septiembre del año pasado: “reforma sí, pero no así”. Este aplazamiento no es una casualidad ni una simple decisión legislativa: refleja la profunda hipocresía que ha invadido a aquellos que se dicen defensores de la Cuarta Transformación.
La intención de la presidenta Claudia Sheinbaum, aunque muy positiva en cuanto a los objetivos que persigue, ya había tropezado con los intereses egoístas de los senadores, y el día de ayer los diputados en un acto que parece ser más de supervivencia política que de responsabilidad legislativa, decidieron seguir el mismo camino, retrasando la aplicación de la reforma y dejando intactas las redes de poder familiar que tanto daño causan al país.
A lo largo de la historia, ha quedado claro que el poder, si no se controla, puede fácilmente corromper y perpetuar sus propios intereses. Como escribió el filósofo John Locke, “el fin de la política es el bien común, y cuando este es descuidado por el gobierno, el poder se convierte en tiranía”. Los legisladores hoy nos recuerdan que han olvidado este principio fundamental, priorizando su propio bienestar y el de sus familias por encima del bien común. ¿Qué propósito tiene una reforma si los mismos que deben impulsarla se benefician de su retraso?
Este tipo de decisiones no solo son un reflejo de ambiciones personales, sino también de una deslealtad hacia el proyecto de cambio que muchos en Morena aseguran apoyar. Nos preguntamos, ¿dónde queda la coherencia entre lo que se predica y lo que se hace? La reforma contra el nepotismo es una medida necesaria, pero por lo pronto lo único que ha logrado es evidenciar, otra vez, la hipocresía de los diputados y senadores.
Es más, si realmente tuvieran la intención de transformar la política mexicana, no solo habrían aprobado la reforma en los términos originales, sino que habrían dado un paso más, eliminando la reelección de los puestos de elección popular también desde el 2027, y no hasta el 2030 como se planteó desde un principio. Definitivamente han olvidado que el pueblo los eligió para representar sus intereses, no para perpetuar los de unas pocas familias privilegiadas.
Un ejemplo clásico de la doble moral en la política lo encontramos en la obra de George Orwell, 1984, donde el poder no solo manipula las leyes, sino que crea una narrativa que justifica sus acciones, por muy contrarias que sean a los ideales proclamados. Algo similar ocurrió ayer en la Cámara de Diputados, el discurso sobre la transformación, el cambio y que son distintos a gobiernos pasados, es solo eso, un discurso. Las acciones por otro lado hablan de un interés que no tiene nada que ver con el bienestar de México.
Morena, el partido que ha prometido cambios radicales, hoy permite y alienta este tipo de prácticas, el cambio entonces parece ser solo de actores, pero sigue funcionando con las mismas estructuras corruptas.
Las consecuencias de estas decisiones son el desgaste de su partido. Cada acción que favorece intereses individuales por encima de los ideales transformadores solo aleja al partido de su base, y mina la credibilidad de su discurso. Aprobar la reforma en los términos en que lo hicieron demuestra que están perdiendo el rumbo, y en consecuencia la confianza de la gente. De seguir por este camino, Morena podría terminar siendo solo un reflejo de lo que juró erradicar. Un espacio donde los intereses particulares priman sobre el bien común.