El “Plan México” presentado por la presidenta Sheinbaum se perfila hasta ahora como una de las estrategias más ambiciosas de su gobierno. No es simplemente un proyecto de corto plazo, sino que su alcance y objetivos sugieren una visión transexenal que busca sentar las bases para una transformación económica de largo plazo. Este plan se enfoca en la sustitución de importaciones, particularmente de los productos chinos, y promueve el fortalecimiento de la industria mexicana, pero también se habló de alianzas con empresas de Norteamérica e incluso Europa, con quienes México mantiene convenios comerciales. Esta política responde a la necesidad de equilibrar la balanza comercial entre México y China, cuyo déficit actual supera los 100 mil millones de dólares.
Una estrategia proactiva frente a Trump
A diferencia de estrategias anteriores que reaccionaban a las políticas comerciales de Estados Unidos, el “Plan México” adopta un perfil activo y decidido. No se trata de esperar las decisiones de Donald Trump, conocido por su imprevisibilidad, sino de dar un paso adelante para mantener relaciones comerciales y diplomáticas estables. Este movimiento también simboliza una acción de buena fe en la antesala de la toma de posesión de Trump como presidente, lo que destaca el interés de México por consolidar una relación bilateral productiva y equilibrada.
La sustitución de importaciones: lecciones del pasado
La sustitución de importaciones, eje central del “Plan México”, no es un concepto nuevo. Recordemos que en décadas pasadas México y otros países de América Latina adoptaron este modelo para impulsar sus economías. Consistía en limitar la dependencia de bienes importados mediante el desarrollo de la industria local, lo que generó un importante crecimiento industrial y empleos en sectores clave. Sin embargo, también enfrentó retos como la falta de competitividad y la dependencia del financiamiento externo.
En este contexto, cabe recordar el llamado “milagro mexicano”, una época de crecimiento económico sostenido entre las décadas de 1940 y 1970 que fue posible gracias, en parte, a la estrategia de sustitución de importaciones. Durante este período, México experimentó un auge industrial y mejoras significativas en infraestructura y empleo. No obstante, también se registraron altos índices de migración a las zonas urbanas en busca de empleo, y las ciudades no siempre pudieron absorber esta afluencia de trabajadores, lo que resultó en desempleo urbano y la formación de cinturones de miseria.
Economistas como Raúl Prebisch, uno de los principales teóricos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, señalaron que este modelo debía complementarse con políticas de integración regional para evitar estancamientos y desigualdades económicas. Según Prebisch, el desarrollo sostenible requería mercados regionales robustos que amortiguaran las fluctuaciones internacionales y fomentaran la innovación.
Con el T-MEC, la situación actual difiere significativamente. México cuenta con un mercado regional que fomenta la competitividad y evita el estancamiento. Este entorno permite enfrentar los retos globales con mayor fortaleza y evitar los errores del pasado, como la dependencia excesiva de una economía cerrada.
Un horizonte prometedor
En contraste con el sexenio anterior, donde faltaron estrategias de esta envergadura, este plan está mejor estructurado y cuenta con objetivos claros. La verdadera prueba será su implementación. El “Plan México” no solo busca transformar la economía nacional, también pretende consolidar la posición de México como un socio confiable para Norteamérica y Europa.
El futuro de este proyecto dependerá en gran medida de la capacidad del gobierno para superar los mismos retos inherentes al plan. Si bien la teoría y la historia ofrecen guías y advertencias, la realidad exigirá flexibilidad, adaptación y, sobre todo, compromiso. La presidenta Sheinbaum ha puesto la primera piedra de un proyecto que podría marcar un antes y un después en la historia económica del país. El reto ahora será traducir este plan en acciones concretas y resultados tangibles. El tiempo dirá si México logra consolidar su camino hacia la décima economía en el mundo.