Durante la Primera Reunión Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior para la Transformación de México, la presidenta Claudia Sheinbaum afirmó que mientras más espacios educativos se abran en el país y más humanista se construya la educación, habrá menos violencia. La frase sintetiza una verdad profunda: la educación es la herramienta más poderosa para transformar sociedades y construir paz. Ninguna estrategia de seguridad puede tener éxito si no se acompaña de una política educativa integral y de largo plazo.

México ha intentado durante décadas contener la violencia con medidas policiales o militares, sin reconocer que la raíz del problema es social y cultural. En cambio, los países que apostaron por la educación como eje de su política pública lograron revertir tendencias de criminalidad y desigualdad. Corea del Sur, tras la guerra de los cincuenta, convirtió la educación en su principal política de Estado: pasó de tener altos niveles de pobreza y delincuencia a ser una de las naciones más seguras y con mayor desarrollo humano del mundo. Finlandia hizo lo propio al reformar su sistema educativo en los años setenta, colocando al maestro en el centro del modelo y priorizando la equidad. Hoy encabeza los índices de seguridad y mantiene una de las tasas de criminalidad más bajas del planeta. Incluso Colombia, con su programa de Escuelas de Paz y la expansión de la educación superior en zonas vulnerables, ha reducido gradualmente los índices de violencia juvenil. Estos casos demuestran que la inversión en educación es, en realidad, una inversión en seguridad, justicia y cohesión social. Sin mencionar otros resultados como el crecimiento y desarrollo económico.

Nuestro país destina una cantidad considerable del presupuesto anual en educación. Sin embargo, suele hacerse sin un proyecto de continuidad ni una visión a largo plazo, porque los resultados de la educación no se reflejan en un sexenio ni generan votos inmediatos. Por eso, históricamente, los gobiernos la han tratado como un gasto más que como una inversión.

La educación no consiste únicamente en multiplicar escuelas ni en declarar que los nuevos libros de texto expresan una visión humanista. Es necesario que ese humanismo se materialice en un plan nacional de enseñanza que cambie la forma de pensar y sentir de las nuevas generaciones. El país necesita más que aulas improvisadas como la recientemente inaugurada Universidad Nacional Rosario Castellanos, en Chalco, que parece más una bodega que una institución educativa. Lo que hace falta es un modelo que acerque a los niños y adolescentes al deporte, a las artes y a la cultura, con espacios dignos, maestros capacitados y programas de estudio que armonicen con la forma en la que los niños aprenden actualmente.

Un país verdaderamente seguro se construye con políticas transversales. La educación es un pilar, pero debe complementarse con el combate real a la delincuencia y con oportunidades económicas y sociales que impidan que los jóvenes caigan en redes criminales. De poco sirve enseñar valores si no hay condiciones materiales para ejercerlos. Por eso, junto al esfuerzo que realiza el Gabinete de Seguridad, es urgente observar con la misma atención el papel del titular de la Secretaría de Educación: la presidenta ha marcado el rumbo, pero el camino es largo y no lo puede construir ella sola, necesita de colaboradores capaces en la materia.

El acceso a la cultura también debe entenderse como parte esencial de la educación. La lectura, la música, el teatro o el arte son herramientas de cohesión social, capaces de generar empatía y pensamiento crítico. Sin embargo, también soy consciente de que, en un país donde millones de familias no tienen acceso a una vivienda digna, hablar de cultura puede parecer un lujo. Por eso la política cultural debe estar articulada con la educativa y no depender solo de buenas intenciones o de eventos simbólicos.

El mensaje de la presidenta Sheinbaum sobre invertir en la educación para reducir la violencia es correcto, y no lo digo yo, hay diversos estudios académicos que arrojan como buenos resultados de estas políticas de gobierno, cuando se implementan correctamente. Precisamente ahí está el factor de éxito o fracaso, se necesita algo más que palabras, requiere voluntad política, no solo del partido en el poder, inversión sostenida, y una auténtica coordinación entre los distintos órdenes de gobierno y entre las instituciones educativas, culturales y de seguridad. Educar para la paz no puede ser el lema de un sexenio, sino el proyecto de una nación que aspire a romper, de una vez por todas, el círculo de desigualdad y violencia que nos ha acompañado durante décadas.

Y si, como afirmó Adán Augusto, “a Morena le quedan 50 años en el poder”, ¿por qué no empezar por un verdadero proyecto educativo que garantice que esos 50 años sean, al menos, los más educados, pacíficos y justos de nuestra historia?

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