Lilia Aguilar Gil y Emiliano Rosales

Recuerdo bien estar sentada en la sala de juntas de la vieja casona blanca de San Luis y Córdoba. Era 2006, nos habían robado la elección y un debate acalorado se había dado desde el día de la jornada. ¿Cómo se tenía que reaccionar ante un fraude tan claro? ¿Cómo se combatiría ante tantos frentes que habían atacado a AMLO y que habían conspirado para una elección de Estado? El PRI, el PAN, el sindicato, los empresarios, los gobernadores, las televisoras, la iglesia; todos parecían haber estado en ese complot de 2006.

Por un lado, “Andrés” (como lo llamaban en aquel momento), era presionado por las facciones más radicales del movimiento que le exigían desconocer a las autoridades electorales y tomar su poder legítimo. Por otro, quienes pensábamos que los costos de derruir las instituciones serían inmensamente altos. En ese momento la rabia y la frustración eran la constante, pero si nosotros nos sentíamos frustrados, nadie podía imaginar lo que pasaba por la cabeza de “Andrés”.

Él, el líder, tuvo que echar mano de toda su fuerza para reconocer que las condiciones estaban en nuestra contra, eso por un lado, y por otro, concentrar su creatividad para construir nuevos caminos. La historia le dio la razón, AMLO decidió crear un gobierno sombra. Una fuerza política que sería la balanza legítima para mantener a raya al gobierno espurio de Calderón y desde donde enarbolarían las causas de todos aquellos que fuesen víctima de la rapacidad y falta de talento de los que habían robado la presidencia; un movimiento para los mexicanos. Así, “Andrés”, él y nadie más, se convirtió en la esperanza de México. Así aprendí lo que es de verdad una persona de Estado: aquel que entiende los problemas y comportamientos del Estado y reacciona frente a las reglas establecidas sin paradigmas, sin dogmas, con consistencia, creatividad, sagacidad, apertura y certeza por el bien de los que gobierna.

Hoy el Presidente enfrenta un reto similar ante la crisis económica que está sobre nosotros. El llamado a “apoyar a las empresas para salvar al empleo” ante la crisis del COVID-19 parece un eufemismo tramposo en clave AMLO. Un vistazo a nuestra historia le da la razón y evita que caiga en su peor miedo: alimentar la corrupción con la crisis. México tiene una larga lista de episodios en los que, cobijados por un halo patriotero, unos cuantos se llenaron las bolsas hasta que no les cupo más: el FOBAPROA, las grandes privatizaciones, los saqueos a las arcas del gobierno, los tiempos de los cacicazgos revolucionarios y un largo etcétera.

Demasiadas son las críticas que sufre el presidente por no hacer lo que las reglas económicas vigentes dictan. Empresarios, columnistas, políticos, burócratas y ciudadanos de a pie, insisten en que se debe cambiar el rumbo, pero ¿hacia dónde? Parece que este debate se ha simplificado en dos alternativas: 1) proteger lo que el presidente considera el interés público al mantener los programas de apoyo directo, el aeropuerto (del que no sabemos si aun persista su necesidad), Dos Bocas (que parece una mala apuesta dado el precio del petróleo, el valor de los bonos de Pemex y el alongamiento de la cuarentena internacional) y el Tren Maya; y que las empresas se arreglen por su cuenta o, 2) dejar de lado los paradigmas y ceder a las presiones para utilizar el manual FMI: endeudarse, salvar empresas y devaluar. Sin embargo, este quanandrum debe presentarse frente a un personaje como el presidente de otra manera.

Una de las pruebas más difíciles para cualquier líder político es erguirse como un verdadero estadista. Esto implica ser capaz de reconocer cuando la realidad apremia y los supuestos con lo cuáles se alcanzó el poder, pierden su vigencia para conducirnos frente a los más grandes retos que enfrentamos. Significa tener altura de miras y templanza para tomar las decisiones necesarias que le den estabilidad, guía, protección y dirección a aquellos que se gobierna. Es entonces este un reto para “Andrés”, de atender la crisis con las recetas que generaron una gran corrupción en México, y es a la vez, una gran oportunidad para el presidente de ser el hombre de Estado que es.

La realidad es innegable, una buena cantidad de empresas sobre todo micro, pequeñas y medianas están en una situación grave de liquidez que pone en riesgo su existencia, arrastrando junto con ellas una cantidad sin precedente de empleos directos e indirectos, para ser exactos el 70% de los empleos de este país. En el mundo se prevé que economías completas caigan en una crisis profunda. Las reglas del mundo como las conocemos cambiarán. Frente a esta situación, los países más desarrollados han tomado medidas extremas para salvaguardar una cosa adicional a las acciones de salud frente a la pandemia: el empleo.

Hacer realidad la frase “por el bien de México, primero los pobres”, tenemos que reconocer que por el bien de los pobres debemos poner primero el empleo. Pero, ¿cómo apoyar a quienes realmente lo necesitan sin que estos esfuerzos sólo sirvan para favorecer a unos cuantos a enriquecerse? La respuesta no es sencilla.

Sin embargo, el Presidente no puede renunciar a su rol de hombre de Estado, cabeza del gobierno y líder de este país de todos. “Andrés” enfrenta de nuevo el reto de redibujarse frente a la realidad y el primer paso para resolver el problema esta en entender que México necesita a México, y él debe llamar a un gran acuerdo nacional en pro del empleo. Es una oportunidad para que demuestre su estatura política, y que, sin comprometer sus ideales, encuentre vías con las que enfrentemos esta crisis económica con ayuda de todos, que sin duda será una de las mas graves que haya visto este país. El presidente tiene frente a si a su peor demonio y lo tiene que controlar como lo hizo antes. ¿Cómo rescatar el empleo, sin generar corrupción? Con solo ese hecho pasara a la historia como un presidente, inteligente y persistente en una sola idea: por el bien de México. Que así sea.

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