El llamado de Miguel Hidalgo a unirse a la lucha independentista el 16 de septiembre de 1810 se ha replicado en la ceremonia conocida como “el Grito” todos los quinces de septiembre. Cada gobernante ha puesto su sello personal en las arengas. Por primera vez, después de dos siglos de que lo hiciera Guadalupe Victoria en 1825, el grito tuvo voz de mujer y reconoció no sólo a los héroes que nos dieron patria y libertad sino también a las heroínas, tanto a las que tienen nombre como a las anónimas que, por cierto, han sido muchas.

Claudia Sheinbaum es la primera mujer que desde el balcón del Palacio Nacional da el grito de independencia. Otras mujeres lo hicieron antes, sí, pero no en el mismísimo centro del poder de la República. Palma Guillén debe haber sido la primera mujer en hacerlo en Bogotá en 1935 porque, desde 1910, la ceremonia del grito se extendió a las embajadas, legaciones y consulados de México y ella era ministra plenipotenciaria en Colombia. El caso de Amalia Castillo Ledón es emblemático, porque además de que dio el grito como embajadora, López Mateos le pidió que lo hiciera en su representación en Dolores Hidalgo en 1959. Después, Griselda Álvarez hizo lo propio como gobernadora en Colima y, más adelante en muchos palacios municipales también se escucharon las voces de las presidentas.

El grito siempre hacía referencia a los héroes que nos dieron patria y libertad y luego se coreaban vivas uno a uno cuando se pronunciaban sus nombres: Hidalgo, Morelos, Allende, Aldama. Fue hasta 1980 cuando López Portillo incluyó a Doña Josefa. Una figura que no era parte de la ceremonia, aunque su efigie sí había llegado a monedas y billetes. En esta ocasión, la Presidenta no solo la refirió con sus apellidos de soltera, sino también nombró a Leona Vicario, a Gertrudis Bocanegra y a Manuela Molina “La Capitana”. Curiosamente, aunque es menos conocida, doña Leona, en su momento, tuvo más reconocimiento que doña Josefa. A su fallecimiento se le nombró “Benemérita y Dulcísima madre de la patria”.

El contenido de las arengas de la presidenta Sheinbaum tuvo reacciones opuestas. Sólo me voy a detener en la afirmación de que hechos del siglo XIX no se pueden leer con ojos del XXI. Para mí, la historia se puede interpretar y reinterpretar cuantas veces sea necesario. Así, hoy podemos ver cómo fue la relación de Doña Josefa y Doña Leona con sus respectivos esposos. Las acciones de la primera le causaban problemas al corregidor Domínguez. La segunda, tenía en Andrés Quintana Roo a un aliado, pero siempre fue muy independiente. Ser culta y acaudalada se lo permitía. Leona dejó escritos importantes como el dirigido a Lucas Alamán donde le dice: “Confiese señor Alamán que no sólo el amor es el móvil de las acciones de las mujeres; que ellas son capaces de todos los entusiasmos y que los sentimientos de la gloria y la libertad no les son sentimientos extraños…”.

Con ojos actuales también buscaríamos hacer visibles a las mujeres que cuidaron a la numerosa prole de doña Josefa y don Miguel (4 hijas y 4 hijos) y a las tres hijas de doña Leona y don Andrés.

Incluir a las heroínas es un esfuerzo que busca completar la historia. Desde la academia el rescate lleva décadas. Empezó con acciones aisladas que hoy son sistemáticas y coordinadas. Una historia con las que hacen falta, sin soslayo ni menosprecio, es y será otra historia.

Catedrática de la UNAM @leticia_bonifaz

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