Rosario Castellanos era una niña de ojos grandes. Así se ve en las fotos de la magnífica exposición que se montó en San Ildefonso por el centenario de su nacimiento. Ella aprendió con esos ojos a ver su entorno: un mundo de amor, pero también repleto de injusticias que la tocaron desde su tierna infancia.
La dicha de haber crecido en Chiapas la dotó de una extraordinaria sensibilidad que implicaba el uso de todos sus sentidos: la vista del cielo y de los paisajes saturados de verdor; el olfato con el olor de ladrillos mojados y de las flores que se marchitaban en el oratorio de su primera casa; el tacto con la textura rugosa de los troncos y la suavidad del cojín en que guardaba sus sueños. El gusto retuvo el sabor de los duraznos y su oído registró tanto la dura voz de “barítono” de su maestra de catecismo, como los incomprensibles murmullos de adultos que lamentaban la muerte de su querido hermano.
Rosario observaba todo y, por fortuna, tuvo el arrojo de ir consignando con su pluma o en la máquina de escribir ideas que se compartieron, publicaron y diseminaron hasta cruzar océanos y mover montañas de conciencias. ¡Cuántas hojas blancas experimentaron su rito de iniciación al llenarse de palabras!
Rosario no sólo veía y describía el mundo exterior, sino también el mundo que habitaba en ella. No siempre cómoda, no siempre satisfecha, nos compartía en su poesía y en su prosa muchos porqués cargados de reflexiones profundas. El poema era lo inmediato, el ensayo el pensamiento detenido, ya sedimentado.
El amor, la tos y los libros que has leído no se pueden esconder. Y sí Rosario fue una prolífica escritora, también fue una lectora voraz. En sus textos aparecen con frecuencia sus autores consentidos, los más admirados, los que tuvieron mayor influencia en ella. Varias mujeres, por supuesto.
Rosario se describe de mil maneras: “Yo soy de alguna orilla, de otra parte…” “No soy la que amanece con las nubes, ni la hiedra subiendo por las bardas…” Yo soy una señora: la señora avestruz, se autonombraba.
Hay muchas razones del por qué Rosario Castellanos sigue cautivando a tanta gente después de medio siglo de ausencia física. Sus palabras siguen siendo el pasaporte de ingreso a insospechados mundos. Mucho antes de que se hablara en la academia de los cruces entre los sistemas de opresión, ella exhibió al machismo, al racismo y al clasismo en cuentos y novelas. Ahí están como testimonio Balún Canán, Ciudad Real, los Convidados de Agosto y Oficio de Tinieblas.
Rosario también buscó con el teatro guiñol el diálogo intercultural con la población indígena en una época en que la asimilación era la regla. ¿Adelantada a su tiempo? Sin duda.
Rosario vivió en un mundo de hombres construido por hombres y aunque no lograba encontrar cabalmente su lugar, brilló con una luz que no fue para nada lívida.
Qué bueno que este centenario esté sirviendo para rememorarla y para que nuevas generaciones la descubran y la acaricien con palabras como en tantos textos de publicación reciente. Su recuerdo ha resonado en los más prestigiosos recintos culturales, en aulas universitarias, en pequeñas escuelas y hasta en modestas salas de espera.
Si Rosario buscó incesantemente saber quién era, hoy, afanosamente, en colectivo, continuamos siguiendo pistas con el mismo propósito. Ella, que por fin lo sabe, se divierte con cada intento fallido y aplaude al acierto mayor, sonriente.
Catedrática de la UNAM @leticia_bonifaz