En este año de conmemoración de la caída de Tenochtitlan vale la pena preguntarnos: ¿Quiénes somos los mexicanos? ¿Cómo nos han visto ojos extranjeros? ¿Y si esos ojos son de mujeres extranjeras en distintos momentos de nuestra historia?
Madame Calderón de la Barca describe en 1839 a la “multitud de color de bronce” que se congregó en Veracruz en 1839.
Paula Kolonitz, la condesa que en 1862 acompañó a Carlota Amalia de Trieste a México, dice: “Hay en la naturaleza del indio americano algo de inquieto, de angustioso y de meditabundo. Instintivamente se recoge en sí mismo como si quisiera huir al contacto de la mano extranjera, aunque sea la mano que lo llama con las formas de la civilización bajo cuyo peso parece que se ha aniquilado y se extingue”.
Helen Sanborn, procedente de Boston, escribió en 1885 el libro “Un invierno en Centroamérica y México”. Para ella, “la inexpresividad, tanto corporal como lingüística de los indígenas, no constituye una característica inherente, sino más bien un comportamiento que tiene que ver con la desconfianza e incomodidad hacia el sujeto hablante. Y esa desconfianza de alguna manera es percibida desde su propia condición, frente a una lengua extraña”.
Edith Coues O’Shaughnessy escribió sus vivencias en México en 1913-14. Aquí va un trozo: “Mientras escribo, oigo el triste grito de las vendedoras de tamales: dos notas altas y una menor que cae. Todos los pregones callejeros en México son tristes. El grito del afilador es hermoso, pero da melancolía”.
Gabriela Mistral estuvo en México por primera vez en 1922. Ella describe así el mestizaje: “Me ha admirado la cultura natural de la raza nueva. Tan natural como la mirada, como el movimiento. Una cultura consciente en algunos e inconsciente en la mayoría, pero cabal y bella.” “En la vida cotidiana los mexicanos son más bien reservados y melancólicos como si tuvieran algún pesar. Sin embargo, en los días de fiesta, disipan esa tristeza y de repente se vuelven alegres, como niños felices...”
Alexandra Kollontai escribió en su diario en 1926: “En México existen cinco millones de indios, dos millones de “blancos” (el entrecomillado es de ella) y cerca de diez millones de mestizos. El indigenismo viene de los pobres, de los campesinos, es una continuación del zapatismo, trasladado al ámbito cultural. El gobierno lo respalda. Calles es un mestizo. Hay cursos de lengua indígena. Se restauran los antiguos monumentos. Hay florecimiento del folklore. Entre los maestros, hay muchos procedentes de los pueblos indígenas”. Y agrega su propia percepción: “es una raza talentosa con un intelecto perspicaz y analítico que no pudieron ahogar ni el dominio español ni la inquisición”. Y cierra: “Creo que este país tiene futuro: el pueblo es talentoso y vivaz…”.
¿Nos identificamos con estas descripciones? En lo personal, no hubiera pensado que la melancolía fuera la constante; pero algo debemos tener muy adentro que es perceptible con visión externa.
Pasados los siglos, la interculturalidad en México aún batalla por existir. Seguimos sin reconciliar nuestro yo interno, a veces en lo individual, y casi siempre en lo colectivo. Es un tema de esencia, de identidad. En este momento no hay que ver quien perdona a quien, sino identificar el clasismo y el racismo que siguen vivos entre nosotros. Que revivir al pasado sirva no para reabrir heridas sino para construir un futuro reconciliado y en paz.