El jueves, como muchas personas, me fui a dormir con la noticia de que, en un motel de Escobedo, Nuevo León, había aparecido un cuerpo en una cisterna y que faltaba comprobar si se trataba de Debanhi Escobar. También vi el video del desesperado padre gritando ¡Cuántas veces estuvieron aquí!

Al despertar, leí la temida confirmación y compartí la rabia, la indignación, el coraje, la impotencia, la desesperanza y el estupor. En redes también leí los casos de otras mujeres en distintas partes del país encontradas muertas. Todas se suman a las cifras de la ignominia.

Junto al caso de Debanhi, que jaló toda la atención, hay muchos otros menos visibles, pero igual de reales y dolorosos, sucediéndose como una fila que cae al vacío. ¿Cuántos de estos casos van a ser investigados a fondo? ¿Cuántos serán objeto del temido carpetazo? ¿Cuántas familias tomarán con investigaciones propias el papel del Estado? ¿Cuántos casos seguirán por el conocido camino de la impunidad?

Repetimos los nombres de las víctimas, uno a uno, pero no conocemos los nombres de los perpetradores para también corearlos a los cuatro vientos. En el caso de Debanhi, se buscó, desde el inicio, que la culpa recayera en las amigas por haberla dejado sola, porque una mujer sola corre peligro, porque estar sola potencia tu vulnerabilidad.

Debanhi se metió en nuestros corazones por la última imagen de ella con vida, en espera, en el asfalto, con los brazos cruzados, la bolsa colgada y la falda movida por el viento. ¿Qué sucedió después? No lo sabemos y posiblemente no lo sabremos. Todo apunta, con los primeros informes, a otro crimen sin castigo, de esos que buscan ser perfectos, pero no, hay muchas miradas inquisitivas en espera del reporte puntual de los hechos y de la narración de una cadena de sucesos convincente. Hoy hay más dudas que certezas.

El gobernador de Nuevo León va a tener que abandonar el glamour y la superficialidad mediática para atender éste y muchos otros casos más como prioridad. El caso Debanhi puede ser el punto de inflexión para que no sea otro más, sino el que llevó al cambio radical de estrategia, el que nos movió a actuar diferente.

Hace muchos años tuvimos el epicentro en Ciudad Juárez. Después de todos los tropiezos en las instancias nacionales llegamos a la Corte Interamericana de donde emergió el emblemático caso de Campo Algodonero. Se tipificó el feminicidio, se expidieron leyes para prevenir y sancionar la violencia por razón de género, se dieron infinidad de cursos y capacitaciones. Se pensó en un modelo, hoy agotado, de declaración de alerta cuando los casos comenzaban a incrementarse. A la alerta se la comió a mordidas la burocracia. (En varios municipios de Nuevo León fue declarada desde noviembre de 2016).

Lo que vivimos con Debanhi, insisto, debe ser el que nos lleve a diseñar la nueva estrategia de suma de fuerzas donde queden implicados y verdaderamente comprometidos todos los niveles de gobierno y se encauce la indignación de la sociedad civil. Basta de la autocomplacencia y del intento de negación de la realidad. Con toda su crudeza, está desnuda frente a nuestros ojos y no podemos seguir ignorándola. Ciudad Juárez ya es historia. Hoy está presente en todo el país un fenómeno mucho más grave, más complejo, que debemos atender sin mayor dilación. No podemos seguirnos desangrando todos en el fondo de una cisterna.

Catedrática de la UNAM. @leticia_bonifaz

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