La marcha “Generación Z”, realizada ayer en la Ciudad de México bajo el estandarte del anime One Piece, no fue, como algunos intentaron presentarla, una expresión genuina y articulada del hartazgo social. Fue, más bien, el espejo de una derecha mexicana desorientada, oportunista y empeñada en apropiarse de símbolos juveniles que no le pertenecen. Una derecha que, incapaz de construir agenda propia, recurre a un disfraz pop para intentar parecer relevante.
El falso parentesco con el hartazgo social
Es cierto que en México hay cansancio. La impunidad continúa intacta; la violencia, especialmente la vinculada al crimen organizado, se ha intensificado; y tanto el gobierno de Andrés Manuel López Obrador como el de Claudia Sheinbaum arrastran deudas profundas con los principios que deberían guiar a un auténtico gobierno de izquierda. No hay redistribución real, no hay vivienda accesible, ni medicamentos garantizados, ni un sistema laboral digno. La reforma judicial debilitó contrapesos, abrió más espacios para la corrupción y retrasó aún más el acceso a la justicia. A esto se suma una militarización creciente y una renuncia evidente a construir una política civil de seguridad pública.
Ese panorama podría y debería motivar movilización y crítica social legítima. Pero la marcha de ayer no se construyó desde ahí.
Una derecha disfrazada de juventud
Quienes encabezaron la movilización no eran mayoritariamente jóvenes ni integrantes de la “generación Z”. Eran, en su gran mayoría, los mismos sectores conservadores de siempre: opositores de manual que han rechazado históricamente cualquier ampliación de derechos, cualquier agenda progresista y cualquier forma de Estado de bienestar. Que algunos estudiantes o jóvenes hartos hayan asistido no invalida la apropiación evidente: la derecha monopolizó la narrativa, capturó el mensaje y orientó la protesta hacia sus intereses.
Y eso es profundamente problemático, porque desdibuja la posibilidad de construir un hartazgo informado, con causas claras y con exigencias progresistas.
La réplica de las violencias: cuando el oficialismo también falla
Pero el fenómeno más lamentable de todos es otro: la reacción del propio oficialismo. Frente a lo ocurrido, muchas personas que aún defienden este régimen bajo la falsa idea de que se trata de un gobierno de izquierda o de bienestar, optaron por burlarse. Y lo hicieron replicando comentarios edadistas, misóginos, fóbicos y despectivos que no distan en nada de las violencias de la derecha.
El problema no es solo la burla: es la incapacidad de autocrítica. La negativa a reconocer que el gobierno actual está lejos, muy lejos, de ser un gobierno de izquierda. Y lo más grave: la indiferencia ante el deterioro de la seguridad, incluso frente a hechos alarmantes como los asesinatos recientes de alcaldes y presidentes municipales en distintas regiones del país. La falta de una crítica honesta impide exigir condiciones reales de seguridad para todas las personas, incluidas aquellas que más deberían importarles: la juventud y la generación Z.
Una lección incómoda para quienes nunca habían marchado
Hay, sin embargo, una ironía que atravesó toda la marcha: muchas de las personas que salieron a protestar experimentaron por primera vez lo que significa marchar en un país que criminaliza la protesta. Vivieron el gas lacrimógeno, la represión policiaca, el hostigamiento. Sintieron aunque sea un poco lo que las mujeres enfrentamos cada vez que tomamos las calles y somos ridiculizadas, minimizadas o directamente violentadas.
Y sí: a mí me da gusto que lo hayan vivido. Porque tal vez ahora, desde esa experiencia mínima, entiendan que la represión no es un invento ni un berrinche: es una realidad constante y selectiva.
Ojalá sirva para algo
Ojalá que esta experiencia, incómoda como fue, sirva para que la próxima vez que las mujeres, trabajadores, víctimas y madres salgamos a marchar, no nos criminalicen ni se burlen de nosotras. Ojalá que quienes hoy se regodean en la burla entiendan que reproducir violencias no los vuelve progresistas; solo los vuelve un espejo invertido de aquello que dicen combatir.
Y, por favor: ojalá que la próxima marcha de jóvenes no coincida con un festival, para que ahora sí puedan asistir quienes realmente forman parte de la generación Z.
La marcha de ayer no cambió al país, pero dejó claro algo fundamental: el cansancio social es real, pero también lo es el riesgo de permitir que ese cansancio sea capturado y deformado por quienes no creen ni en los derechos, ni en la justicia, ni en la igualdad.

