El pasado 8 de marzo, miles de mujeres en todo el país salimos a las calles para conmemorar (y defender) la lucha que ha hecho posibles algunos de los derechos que hoy tenemos, como el derecho al voto y a la libre manifestación de las ideas. Aunque a muchos incomoden las formas, las mujeres hemos tomado ese día como un espacio para gritarle al mundo: "aquí estoy, soy mujer". En el debate público, hay opiniones diversas frente a hechos aislados. Pero en el fondo, el movimiento que hemos tomando como estandarte el 8M, representa el avance y autoreconocimiento de las mujeres frente a la sociedad.

Aunque es común que se hable de los aspectos negativos del tema, es importante señalar también las bondades de esta historia. En cuestión de educación, por ejemplo, hay muchas más mujeres con estudios superiores que hace 20 años o 30 años. En 1980, por ejemplo, las mujeres apenas representaban el treinta por ciento del alumnado de licenciaturas e ingenierías. Hoy el porcentaje se ubica por arriba del cincuenta por ciento e incluso a nivel posgrado, en la actualidad, hay más mujeres que hombres.

Otro cambio importante y que habla mucho de los avances en cuestiones de acceso a la educación y paridad de género, es que hoy existen porcentajes similares (cincuenta-cincuenta) de mujeres y hombres en las áreas de estudio del futuro: nanotecnología, energías renovables, inteligencia artificial, ingeniería industrial y comercio internacional, por mencionar algunas. Hace 20 años, las mujeres se colocaban casi exclusivamente en áreas de ciencias sociales y humanidades.

En el terreno de la participación política también ha habido avances sustanciales, que vale la pena traer a colación. Las reformas legales del 2014, 2019 y 2020, que establecieron cuestiones como el principio de paridad y la violencia política por razón de género, en nuestra Carta Magna. Lo anterior no hubiera sido posible, claro está, sin la voluntad de mujeres y hombres que reconocieron el valor de la participación de las mujeres en la toma de decisiones. Gracias a ello, nuestro país cuenta con un Congreso equitativo en términos de mujeres y hombres: cuarenta y nueve por ciento de mujeres en la Cámara de Diputados y cuarenta y ocho en el Senado de la República.

Hemos visto también, como nunca antes, más mujeres que hombres al frente de administraciones estatales. En el sureste, Bajío y norte del país, hay mujeres tomando decisiones que influyen en la vida de millones de mexicanas y mexicanos. El cambio ha sido profundo y significativo, en comparación con el mapa político de hace 10 o 15 años.

Otro terreno en el que las mujeres mexicanas hemos avanzado es el laboral. De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), las mujeres mexicanas somos las que mayor participación tenemos en el mercado laboral de la región y las que mayor tiempo dedicamos a la obtención de recursos. Esto se traduce en que las mujeres puedan tener ingresos para alcanzar su autosuficiencia económica.

Aunque todavía existen retos importantes como la atención del mercado informal, en el cual las mujeres tienen una participación representativa; lo cierto es que se ha avanzado en el empoderamiento económico de las mujeres desde muchos ámbitos como el incremento al salario mínimo, la inclusión en sectores antes destinados a los hombres (automotriz e industrial, por ejemplo) y en la asistencia social destinada a las jefas de familia.

Las mujeres mexicanas salimos el 8 de marzo con dignidad y con plena consciencia de nuestros derechos, historia de lucha y responsabilidad en la construcción de esa sociedad igualitaria a la que aspiramos. Pero también lo hicimos conscientes de que esa lucha ha llevado al capitulo que estamos por presenciar: que en próximos meses tendremos a la primera mujer presidenta de este país. La lucha de es de todas. Seguimos de pie.

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