La presidenta de México no esconde su antipatía por María Corina Machado. Se ha negado, en dos ocasiones, a felicitarla por la recepción del Nobel de la Paz. Ha optado, para justificar su silencio, por invocar los principios de política exterior consagrados en la Constitución. Me sorprende que lo que es un acto de protocolo elemental se convierta en un acertijo diplomático.

¿De qué manera se vincula la autodeterminación de los pueblos con una felicitación a una Nobel de la Paz? Si se estira el argumento principista hasta sus últimas consecuencias, creo que la presidenta tiene muchos elementos que podrían ayudarla a retocar su maltrecha política latinoamericana. Esta ha venido coleccionando desencuentros; los aliados (ahora Honduras) se eclipsan en medio del escándalo y tiene algunos aspectos confusos que le restan autoridad al país, porque los principios se han usado discrecionalmente, con lo cual han dejado de serlo. Defender la autodeterminación, en mi opinión, pasa por reconocer que el pueblo venezolano no ha podido autodeterminarse, como lo comprueban las actas depositadas en el Centro Carter que acreditan un fraude más escandaloso que el de México en 88. Para los defensores del voto por voto, es elemental recordar su origen y por esa vía hacer un acto de congruencia. Los pueblos sólo se pueden autodeterminar cuando no media una actitud fraudulenta del gobierno para manipular el resultado electoral. Negarlo es convalidar el gobierno espurio.

Pero no sólo es ese tema donde Sheinbaum podría encontrar puntos de convergencia con Machado. El segundo tiene que ver con la denodada lucha que el gobierno mexicano hace contra la criminalidad organizada. En los últimos informes nos han dicho haber detenido a más de 38 mil presuntos delincuentes que antes el gobierno o abrazaba o ignoraba. Han destruido más de 1,700 laboratorios y trabaja de manera conjunta con los Estados Unidos, como lo atestigua la reunión de Roberto Velasco y Ronald Johnson el jueves pasado, para combatir esas organizaciones hoy etiquetadas como “terroristas”. El gobierno de Caracas no lo hace y la presidenta seguramente se sentiría incómoda de estar en una misma mesa con un gobierno que patrocina y (según el dicho norteamericano) forma parte de las estructuras criminales que ella combate a sangre y fuego. Otra coincidencia.

Y el tercero, y más revelador, viene de una crítica que la izquierda le ha formulado a Machado: sucumbir a los dictados de Trump. Resulta incómodo tener como compañero de viaje a un personaje así, pero dada la molicie de los gobiernos latinoamericanos (empezando por el nuestro) que han decidido ver para el otro lado mientras la dictadura venezolana arraiga, Machado (y la oposición de su país) no tienen más remedio que negociar con quien está dispuesto a hacerlo. No entiendo cómo son tan severos con Machado cuando nuestra presidenta no ha hecho otra cosa (y para mí, su política es acertada en ese punto) que buscar congraciarse con Donald Trump. Hace unos días estuvo con él compartiendo sonrisas y simpatía. Pero fuera de lo futbolístico, el proceso de convergencia con la potencia es palmario. México ha modificado su política comercial (con los recientes aranceles aprobados) para quedar bien con Trump, igual que ha modificado sus políticas migratorias y de seguridad para tener una mejor relación con el vecino. ¿Se le puede censurar a María Corina que haga lo mismo? No es riguroso considerar, como lo hacen buena parte de sus partidarios, que la presidenta tiene un admirable pragmatismo en su relación con Trump y a Machado se le censure por la misma razón. Me parece que las dos buscan lo mismo.

Y, finalmente, lo cortés no quita lo pragmático.

Analista. @leonardocurzio

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