Tuve la fortuna de escuchar a James A. Robinson en la convención de la ABM. Con Daron Acemoglu ha desarrollado una teoría de por qué los países fracasan o tienen éxito. Aunque su teoría merecería una revisión, incorporando una mirada nueva sobre las instituciones chinas (pregunta que, por cierto, hábilmente le puso Jorge Arce sobre la mesa), sigue siendo elocuente para explicar el México de hoy. Dos apuntes contrastantes de esa presentación.
El primero: Una cifra (presentada en la mismísima mañanera) en la que se decía que los mexicanos en Estados Unidos (menos de 40 millones) serían, si fueran tomados como una entidad diferenciada, la décima economía del mundo. Nosotros, que somos más del triple, tenemos como aspiración del Plan México ocupar ese lugar. ¿Por qué los mexicanos viviendo en Estados Unidos producen más que los que vivimos aquí? La respuesta de los Nobel: son las instituciones incluyentes y un ecosistema que fomenta la innovación y las instituciones extractivas, que es lo que predomina en México. Basta ver temas tan elementales, como el ordenamiento del territorio. Carecemos de instituciones que velen por el bien público, hay que extraer sangre de donde se pueda.
El segundo: La encuesta de la OCDE sobre la confianza en el gobierno, que Robinson usó en su presentación y comentó, con exquisita ironía británica, la ¿contraintuitiva? satisfacción con el gobierno nacional. La cifra refleja una satisfacción superior a nuestros socios en prácticamente todos los ámbitos de la gestión pública. De su presentación se deducía cierta sorpresa por constatar la valoración de los servicios públicos, que superaban a los de muchos países más desarrollados.
Aquí tenemos un elemento fundamental. El mexicano está contento con lo que tiene y a juzgar por la encuesta, su satisfacción es enorme. Ni la calidad del transporte público, ni el desempeño del sistema educativo le parecen (al mexicano promedio) que lo pongan en una situación de debilidad. Está satisfecho del mundo en el que vive. Eso hay que celebrarlo, porque es un pueblo dócil y agradecido que entiende bien la lógica del sistema extractivo, pero al mismo tiempo hay que conceder al doctor Newman razón en aquello de que es el triunfo de un conformismo muy nacional, en el cual la gente se niega a criticar porque recibe un beneficio directo (que considera precario y cancelable si hay inconformidad). No ha interiorizado que se trata de sus derechos. El mexicano promedio no tiene ánimo de disentir, porque para ello habría que arriesgar y argumentar. Tiene un sentido muy práctico de la vida (que no todos entienden) y busca no tener problemas y llevar la vida en paz. Es una sabiduría práctica para seguir adelante y no es necesariamente una expresión máxima de la ignorancia. Es la cultura política de un pueblo que se exprime las meninges para llegar a fin de mes y no tiene muchas más opciones en un sistema extractivo. Sabe que este gobierno le pide conformidad política, asistencia a algunos mítines y a cambio recibe un beneficio directo que nadie más se lo va a dar. No es el ciudadano clásico, ni mucho menos el ciudadano impecable que conoce sus derechos. Es un intermedio que acepta la explotación paternalista (como la que todavía impera en el servicio doméstico) y se siente conforme con ella. Sabe que de su servilismo y su silencio dependen becas y ayudas. Por eso, aunque a Robinson y a muchos otros les sorprenda, hay muchos compatriotas que creen que vivimos en el mejor país del mundo. Y así vamos, paso a paso, a quedarnos en el mismo lugar.
Analista. @leonardocurzio