Es tiempo de depredadores dice Da Empoli. Un tiempo de política al estilo César Borgia, quien convocó engañosamente a sus enemigos y los liquidó en el acto. El depredador actúa con sorpresa, rompe la predictibilidad. Por tal carnicería tuvo el reconocimiento de Maquiavelo, quien consideró la añagaza como un hecho admirable. Giuliano Da Empoli nos propone recordar esos procedimientos clásicos para entender a una nueva generación de políticos que va desde Putin a Bukele.
Los rasgos de esa política contemporánea han sido comentados por diversos autores. Urbinati hace la más lúcida descripción del populismo. Rachman identificó el retorno de los hombres mayores (viejos) despiadados como Erdogan, Xi, Netanyahu o López Obrador que tanto entusiasmo despiertan en tiempos de la política digital. El retorno del abuelo implacable y severo en tiempos del feminismo. Los elementos identitarios de todos estos liderazgos han sido también discutidos por varios autores. Desde Modi hasta Orbán esta práctica de hablar a los pueblos al oído para endulzarlo (somos los mejores, somos una potencia ) ha sido tremendamente eficaz. La vanidad funciona en lo individual y en lo colectivo. Como dice el principe Yamatori: no hay vagabundo que no diga ser de gran prosapia. Todos los pueblos creen firmemente en su grandeza y les encanta que se los digan. Hay que recordar que en México Claudia Sheinbaum prometía en campaña que seguiría construyendo “el mejor país del mundo” que tomamos como título para nuestro más reciente libro. Los depredadores son hipnóticamente seductores.
Da Empoli ubica tres elementos para explicar esta nueva especie que amenaza la vida democrática y la estabilidad de las instituciones.
1) La utilización estratégica de la violación institucional como primera línea de acción. Presentan como innovación aquello que es un simple desmontaje institucional y un quebranto de lo establecido a lo que identifican como inmoral y corrupto.
2) Manipulación del descontento y la indignación. En su libro sobre “Los ingenieros del caos” trabajó la movilización a través de estrategas como Cummings, Banon y Casaleggio que entendieron la dinámica de los electorados irritados y los conectaron con el disruptor. Hoy se celebra más la transgresión de la norma que el seguimiento de la misma. Si del patio del colegio se tratara, hoy se aplaude más al que le mienta la madre del director y rompe los libros de texto, que el alumno bien portado, obediente de las reglas. La masa adora al arrogante que denucia las reglas reputadas como inicuas. Las sociedades modernas prefieren a quien destruye un poder judicial, que a quien defiende su continuidad y perfeccionamiento. La violación institucional como norma es funcional para ganar elecciones. Muchas dudas quedan, sin embargo, sobre la sostenibilidad de este modelo y su resiliencia. Sus impulsores son como plantas parásitas cuyo alimento termina con la especie a la que desangran. ¿Puede mantenerse un sistema basado en la movilización permanente del electorado.? Las consultas, revocaciones, presupuestos participativos y elecciones judiciales tienen un límite y en algún momento los iracundos pedirán cuentas. La movilización permanente explica otro rasgo de los depredadores y es la primacía de la acción sobre la deliberación. Su canon es moverse sin sesudas reflexiones sobre lo que cada decisión implica.
3) El depredador quiere engullir las gacelas sin que nadie lo critique. Quiere que el sangriento banquete se dé sin gestos de repugnancia y por eso busca erosionar la legitimidad de los medios y opositores: los que lo critican son deshonestos y desaprensivos. El depredador usa sus redes para difundir su mensaje que es replicado por incondicionales y adictos. Un mensaje emotivo y de pertenencia, nunca cerebral ni analítico. Esas son monsergas de las élites cosmopolitas.
aov