Es humanísimo negar la realidad. Uno de nuestros primeros gestos infantiles es, ante la trastada consumada, proclamar: “yo no fui”. No es cuestión de profundizar en el resorte que nos impulsa a negar una realidad que nos descoloca. El presidente, por ejemplo, se irritaba con el PIB ¡el producto interno bruuuuuto! cuando los números eran malos y ahora lo llamará el “producto interno listo” cuando es de más del 3%. La encuesta de Buendía y Márquez (publicada en este diario) produjo reacciones similares.
De la encuesta es posible extraer elementos claros del contexto actual que, por supuesto, no están escritos en piedra. La historia electoral permite anticipar que la forma en que arrancan los candidatos no necesariamente termina igual. Labastida empezó con una enorme ventaja que Fox cambió hasta proclamarse triunfador. En noviembre del 2005, López Obrador tenía 32% de intención de voto y Calderón 24%. Tenemos otros casos en los que el puntero se mantuvo hasta el final. En 2012, Peña arrancó arriba y por supuesto AMLO, en 2018, arrancó a la cabeza y terminó arrasando en las elecciones.
Claudia Sheinbaum tiene una posición de campo notable que harían mal sus opositores en minimizar. La fuerza del partido y del movimiento se le traslada casi íntegramente; Morena pesa (a pesar de su mala gestión en muchas entidades) 53% y la candidata absorbe el 50%, es decir, sólo pierde un 3%. No es una candidata que aporte renta, pero tiene dos ventajas innegables. Concentra la voluntad del líder y la base. Absorbe en pocas semanas el cisma Marcelo Ebrard, que en promedio tuvo 22% en la interna, que ahora parece haberse diluido en el ánimo del electorado morenista. La segunda es el balance de opiniones. No es una candidata que haya conseguido centrar la atención en su persona (el presidente concentra la agenda pública) y carece de una gestión ligada a grandes obras o méritos particulares. Salvo el modelo de seguridad, la capital sigue igual de cucha y rota que siempre; las obras del Metro pendientes y la mediocridad de los servicios a la vista, pero es una candidata con +39% de balance, es decir, es una mujer con buena imagen.
Xóchitl Gálvez, por su parte, es menos conocida y ha perdido su arranque inicial. La frescura y cercanía que la llevó a ganar el proceso interno se eclipsó y está sujeta a una serie de mecanismos de frenado, similares a los que tuvo Josefina Vázquez Mota en el arranque de su campaña. Confusión en sus prioridades y una coordinación de campaña y de comunicación confusa. Xóchitl actúa ya como si fuera una secretaria de Estado, protegida por una cortina de funcionarios que ya se ven despachando en Palacio Nacional y por una serie de condóminos que antes de edificar la casa común ya están ocupando el jardín, la piscina y hasta la cancha de tenis. Sus socios del PRI cada vez le aportan menos. El balance de opiniones del tricolor es -42% y el PAN -26% El Revolucionario Institucional va menguando y sus principales cuadros emigran al Verde. El PAN parece entrampado en lógicas locales muy menores y pierde grandes batallas, como la de los libros de texto, frente al presidente.
Negar la realidad es fácil, pero no por ello desaparece. Ante la elección de Estado que cada vez disimula peor el presidente, ya de lleno en modo campaña y dispuesto a todo para conservar el poder, Xóchitl parece estar nadando en un remolino sin encontrar un estilo que le permita salir a flote. En la salida de esta crisis supongo que la clave es movilizar el voto juvenil, que es el único que puede cambiar este modus vivendi que los viejitos de este país han restaurado como fórmula de gobernabilidad: populismo con repartición de dinero y presidencialismo exacerbado.