El anuncio de Trump de imponer aranceles a Canadá, China y México admite, por lo menos, tres niveles de análisis. El primero y más tranquilizador (porque no estamos solos) es que con este anuncio y con los potenciales impuestos a la Unión Europea, Trump activa una guerra comercial que tendría efectos funestos. Tendrá que gestarse una respuesta multilateral a este destemplado neoproteccionismo. El segundo es la fractura del TMEC, los aranceles unilaterales rompen todas las reglas (aquí vamos con Canadá). El tercero nos deja solos y descolocados: ser un narcoestado.

Los aranceles no son solamente un asunto económico. Howard Lutnick lo dijo: “México debe respetar a los Estados Unidos y atender la migración y la seguridad”. Para un liderazgo transaccional como el de Trump, es previsible (siguiendo su lógica de negociar que es el golpe y el “now we talk”) que si México ofrece un planteamiento atractivo para satisfacer su ego y ofrecer una solución coyuntural a esos dos problemas estructurales, la relación tenderá a moverse en los parámetros en los que convivieron AMLO y Trump.

La herencia que recibió Claudia Sheinbaum, como lo demostramos en nuestro libro: “El mejor país del mundo”, fue devastadora en materia de seguridad. No solamente no hubo resultados tangibles, sino que se reforzó, en el imaginario público americano (con la utilización miope del caso García Luna), la idea de que en México el poder político y el criminal se sientan en la misma mesa. Sólo sus partidarios en México compran acríticamente la idea de que lo que ocurrió en el gobierno de Calderón no ha vuelto a ocurrir en el país. La inmensa mayoría de los americanos pudo corroborar, con el caso García Luna, algo que ya suponían: en México el poder político y el criminal tienen múltiples vínculos. Pasarán muchos años y para cambiar esa imagen y seguramente las agencias de seguridad (y en particular la antidrogas) se encargarán de mantener viva la idea de que Gutiérrez Rebollo y García Luna no son más que dos eslabones de una cadena interminable. A AMLO ya le anunciaron que había una investigación sobre su entorno y desencadenó su furia. Hoy la tormenta está sobre su sucesora que carga con ese lastre.

¿Qué podría ayudar a salir del atolladero? Se ha planteado por apreciables colegas la posibilidad de un tratado ¿o acuerdo? de seguridad en América del Norte. Recuerdo los afanes de Pastor, pero dudo de su factibilidad, por las asimetrías existentes y porque un tratado nace del apetito convergente de las partes. No veo que los Estados Unidos quieran hoy algo así. Su postura es desplegar una estrategia en la que compartan el menor crédito con el vecino. En el mejor de los casos veo la posibilidad de volver a un modelo de corresponsabilidad, como el establecido en Mérida, con proyectos específicos. En el tema de vigilancia y supervisión de aduanas podemos tejer un buen acuerdo, de forma que los dos países aborden, de manera conjunta, el temido tema del fentanilo. También puedo imaginar una mejor gestión del ingreso de extranjeros a México, a través de mejores tecnologías y la ya instalada política de contención desde el sexenio anterior. Un acuerdo de fronteras y aduanas podría ser atractivo para Trump y útil para los intereses nacionales de México, que después de seis años de vacaciones y abrazos tendrán que tomarse en serio la agenda de seguridad y gobernar.

PD. Opino, además, que aunque este gobierno ha hecho del patriotismo un arma arrojadiza y su soberbia los ha llevado a desmontar un poder del estado y a autoproclamar su supremacía constitucional, debemos, todos los mexicanos, rechazar desplantes imperiales y diagnósticos fracturados del grave problema de seguridad que efectivamente se vive en la región.

Analista. @leonardocurzio

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