Morena, a pesar de ser un partido joven, ha desarrollado ya los rasgos de un movimiento político maduro. Sus planteamientos son estereotipados y hace varios años que no tiene un Congreso deliberativo. Viven de repetir latiguillos como el humanismo y la economía moral. Como todo ser vivo que envejece tiende a acentuar más las expresiones de su carácter. Los partidos políticos y movimientos tienden a replicar cada vez con más profundidad sus rasgos fundamentales.
A los rasgos juveniles que explican el momento fundacional, hay que agregar también los golpes de fortuna que van cambiando a personas y organizaciones. Aquel movimiento acostumbrado a ser perseguido por el gobierno y sus agencias de seguridad hoy usa sin remordimientos los recursos a su alcance para conseguir sus objetivos. Qué lejos está aquel movimiento que pedía apertura en los congresos dominados por el PRI, o espacios en las comisiones especiales para poder abrir rendijas a la transparencia. No es inútil recordar la indignación que les causaba un desaparecido y la saludable solidaridad que tenían con los reprimidos durante la guerra sucia.
Hoy el partido se mueve por los intereses del aquí y ahora, que claramente se definen en el diseño de los procesos electorales y el control de las candidaturas. Nada les da vergüenza, millones de pesos en campañas adelantadas, que en otro tiempo hubiesen sido motivo de escándalo, hoy son rechazados con insolencia cuando algún periodista lo exhibe. Como si la Adelita de los revolucionarios se hubiese convertido en una arrogante doña Adela, que trata mal a su servicio y compadrea con los porfirianos para sufragar sus proyectos políticos. ¿Quién los ha visto y quién los ve?
Lo de viajar en primera clase o usar Suburban, denota su enorme despreocupación por el qué dirán. Ya no es motivo de vergüenza. Tampoco son presas de sus remilgos juveniles heredados de su amado líder de no frecuentar restaurantes de postín. A los reproches no responden sonrojándose, sino con arrogancia. La ostentación es ya parte de su condición. Muchos de ellos decían que eran plebeyos, hoy no diré que son gatopardos, pero sí felinos de menor pelaje, que actúan como los advenedizos que son. ¿Será el destino inexorable de todas las élites?
Cuenta, eso sí (no se les puede negar) con la complacencia de un segmento que vive feliz con lo que tiene, según informan los datos del Bienestar autorreportado. La sociedad mexicana sigue creyendo, a pesar de la riqueza, la cultura y libertad, que este país es uno de los mejores del mundo y están orgullosos de lo que tienen, de sus logros, de su vivienda, de su desempeño educativo. Una felicidad que alimenta la autocomplacencia, pues, aunque seamos pobres, reprobados en PISA y tardemos dos horas en nuestros traslados cotidianos, no consideramos que se deba mejorar. México se hace viejo, igual que su sistema político. Morena, más que el primer vástago de una nueva generación, parece el último retoño de una estirpe anquilosada, mental y políticamente. No ha traído una nueva cultura política que jubile los desplantes de los anteriores, sino una enorme simulación, combinada con arrogancia. Por eso se les ve ahora carentes de ideas para reformar Pemex o el sistema educativo, ambos entregados a las burocracias y en lo que no titubean es en desmontar instituciones, defender el fuero de sus compadres, o a establecer prohibiciones (vapeadores o toros). Es un movimiento que hace las veces de agencia de colocación, es decir, lo que hacía el viejo partido hegemónico: vivir del erario.
Se les nota ya la edad, son unos chavorrucos.
Analista. @leonardocurzio