Aunque tiendo a considerar positiva la defenestración de Gertz Manero y también coincido con el fondo del sermón que la presidenta les lanzó a los ministros del acordeón, no puedo pasar por alto que la concentración de poder hoy ha perdido todo tipo de pudor. La división de poderes es, a estas alturas, de celofán y eso debería generar una reflexión profunda. Insisto, aunque uno esté de acuerdo con los resultados, es extraordinariamente riesgoso que la presidenta pueda actuar de manera unilateral sin guardar ni siquiera las formas. Vamos, no se tomaron ni la molestia de disimular la verticalidad de las decisiones.

La primera es muy clara. La presidenta decide no informar a la nación sobre lo que ya sabía: la salida del fiscal y la propuesta que ella misma le había hecho de convertirse en embajador. Lo menos que se podría decir es que en la mañanera dosifican la información y mandan señales de humo. A lo largo del día quedó claro que el Senado de la República es un instrumento sin contrapesos internos, puesto que el coordinador de la mayoría y jefe, por tanto, de la Junta de Coordinación Política, hizo y deshizo sin tener en cuenta a los coordinadores de otras fracciones. Tienen los votos para hacer lo que quieran y claramente hicieron lo que quisieron. El trámite de la renuncia de Gertz no fue particularmente complicado y lo de la “causa grave” se ha vuelto ya un motivo de ironías. Después de la salida de Zaldívar de la Suprema Corte, argumentando que se iba a trabajar con la presidenta, se demostró que ese mecanismo de salvaguarda es papel mojado. Hoy, la causa grave es irse a Berlín o a Londres y por más que uno se esfuerce en dilucidar cuál es la gravedad de tal encargo, la verdad es que lo que queda como resultado es que quieren poner un Atlántico de por medio para evitar la filtración de información por parte de Alejandro Gertz y usar, de paso, a la diplomacia mexicana como espacio para los exiliados políticos.

La segunda es, para mí, ejemplar, pero igualmente riesgosa. Que la presidenta les dijera a los ministros del acordeón (que parecen de lento aprendizaje) que no estaba de acuerdo en abrir lo ya juzgado, implicó que a las pocas horas los ministros publicaran un comunicado en el que decían que tal principio era fundamental. No puede ser más ancilar la relación. La presidenta les lanzó una filípica y ellos automáticamente respondieron haciendo eco del señalamiento presidencial, poniendo en evidencia que su legitimidad no es ni con el pueblo ni con su conciencia, sino con su jefa política. Están allí porque la presidenta así lo decidió. En consecuencia, además de erosionarse todavía más su ya mermado prestigio, queda claro que el Poder Ejecutivo es hoy el poder de los poderes y el que no se alinee con la presidenta y sus cercanos, con los que celebrará los 7 años de mancomunidad, no tiene el camino pavimentado y la posibilidad de sufrir cualquier tipo de tropelía está abierta. La presidenta ha decidido romper la estética del equilibrio de poderes y el jueves claramente demostró quién manda en este país. Las razones de actuar con ese desparpajo son varias, pero tal vez esté reaccionando a una serie de reflexiones que comentaristas cercanos a ella han venido formulando sobre el alcance de su poder. El jueves quiso demostrar, y así lo hizo, que tiene mucho poder incluso para saltarse a la torera los tiempos de la liturgia republicana.

Analista. @leonardocurzio

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