El Papa Francisco es un hombre extraordinario. Ha tenido, sin embargo, un papado poco memorable en su región de origen. Una cruel paradoja, un personaje renovador y austero en el trono de San Pedro, no ha logrado articular todos los instrumentos para incidir de forma rotunda en su realidad concreta. Es un hombre dulce y docto, que ha escriro encíclicas edificantes sobre temas ambientales y políticos. El contenido de ambos textos no es la prédica de un cura bonachón, ni siquiera la de un hombre movido sólo por un impulso ético; en ambos documentos encontramos densidad intelectual y profundo discernimiento, muchas horas de lecturas y conversaciones. Yo no soy un gran conocedor de encíclicas, pero Laudato si y Fratelli tutti quedan como documentos de diagnóstico y reflexión de enorme relevancia.

Es un hombre, Bergoglio, que se ha comprometido con la educación y la defensa de los migrantes; ha hecho la denuncia de la cultura del descarte y propone la dignidad humana como el prisma fundamental para el analisis social y la práctica política. Ha hecho consideraciones sesudas sobre la forma en que se manejan los medios de comunicación y la información y el riesgo (que tenemos hoy) que los medios tradicionales convivan de manera precaria con redes sociales y nuevos medios dominados desde el poder político, como toda esta legión de youtubers e influencers que más que representantes de intereses y ángulos de lectura diferentes del poder, son un ejército de propagandistas al servicio de demagogos y populistas.

Ha sido un hombre que habla la lengua materna del continente más católico y sin embargo no ha dejado una huella proporcional en la región. Tampoco —debo decir— el Papa Francisco ha hecho de esta región irredenta su prioridad. Ha sido francamente evasivo en condenar el deterioro de los derechos humanos en muchos países y la destrucción institucional y concentración de poder que otros viven. Los demagogos no tiemblan porque hable Roma, al contrario muchos de ellos lo usan como parte de su propaganda en segundo o tercer plano. Tampoco ha sido particularmente vocal con el desastre educativo que se ha fraguado en la región de manera silenciosa y hasta ahora inexorable.

No es un Papa que haya logrado conmover a las fuerzas más violentas del subcontinente que sigue siendo el que más homicidios aporta al género humano. La región más violenta del mundo es Latinoamérica. Tampoco ha logrado que la violencia en contra de los migrantes y el trato infrahumano que se les da en muchos países se modere de manera apreciable. No es que yo crea que el Papa y su palabra puedan cambiar almas como por ensalmo, pero me resulta descorazonador ver cómo el hombre que ha elevado con más fuerza la voz por su dignidad, hoy constate que en un país (Estados Unidos) en donde hay tantos cardenales como en América Latina, a los migrantes se les trate como invasores.

Hemos tenido un papado, pues, que en lengua española (nuestra lengua materna) nos ha hablado con claridad y sin embargo es como si el Papa predicara en arameo. No hubo, ni siquiera en las comunidades más cercanas al Papa, como las universidades jesuitas, una movilización proporcional a la importancia que ha tenido tener un Papa benigno e ilustrado para disolver con mayor vigor esa pátina de rudeza e ignorancia, de crudeza y de violencia que tiene su continente de origen.

América Latina ha tenido su Papa, pero no encuentra su cura.

Que Dios guarde muchos años al papa Francisco.

Analista. @leonardocurzio

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