Cuando era candidata, Clara Brugada hablaba del “chilango moment” y aprovechaba los ecos de las declaraciones de la anterior jefa de gobierno, que planteaba como un éxito el que miles de norteamericanos decidieran venirse a vivir a la Ciudad de México. Eso era la prueba de las bondades de la 4T y los efectos benéficos de la gestión urbana.

Hoy parece que ha cambiado de opinión y la de ella conecta con una muy agresiva subcultura política, que la encuesta de Alejandro Moreno ha dejado al descubierto. Somos tan intolerantes como las bases más cercanas de Trump. Esa encuesta nos hizo ver un rostro que nos negamos a reconocer y muchos de nosotros encontramos repulsivo.

Tenemos una capacidad asombrosa para confundir el grano con la paja. Somos expertos en echar el balón fuera del estadio para evitar hablar de la jugada y entonces concentrarnos en otros temas. Las protestas contra la gentrificación dejan ver dos cosas particularmente inquietantes y una consecuencia alarmante. La más importante es la crisis de vivienda que hay en la capital y como sucede en todas las ciudades importantes del mundo, el valor de la vivienda tiende a subir y pone en una situación precaria a sectores amplios de la población. La respuesta no consiste en evitar que el mercado se desarrolle y las colonias mejoren; visiblemente la Roma, la Escandón y ahora la Cuauhtémoc y la Juárez están mejorando por el efecto de rentas más altas que han llegado a asentarse allí.

Ya quisiéramos un proceso así en el centro de la ciudad. El tema es que en estos últimos 25 años el gobierno de la ciudad se ha convertido en una plataforma política, en una gran lanzadera para crear presidentes de la República y, por tanto, buena parte de su agenda de trabajo se ha basado en política social y el cuidado de sus clientelas. En veintitantos años de gobiernos de izquierda no tenemos un transporte público renovado, ni tampoco se ha ordenado el espacio público. La construcción es anárquica en barrios ricos y pobres, construyen donde la corrupción política se los permite. En 25 años, hemos visto cómo depredan las Barrancas de Santa Fe y cómo los asentamientos irregulares ocupan predios de valor ambiental.

No hay ni presupuestos, ni un plan para ordenar la vida de la ciudad. La última oportunidad que tuvimos la canceló Lopez Obrador, cuando abortó el proyecto del aeropuerto de Texcoco, que abría la posibilidad de un enorme predio en el oriente para reordenar vivienda y tratar de construir una ciudad ordenada, que le diera a la gente del oriente lo que la gente del poniente de la ciudad no tiene, a pesar de que paga enormes cantidades de predial. Échele un vistazo a los proyectos de las élites que nos han gobernado y verá lo mal que funciona Santa Fe, el desastre urbano que es Polanquito y el nudo intransitable que es Bosques de las Lomas. No hay zona de la ciudad que se salve de la ausencia de un gobierno que planifique y ordene, que proteja el interés público y que genere las condiciones para tener vivienda para todos los estratos de renta. Ricos, pobres, medios, migrantes o nativos, poder vivir en una ciudad mejor.

Ojalá que la oficina de Alejandro Encinas se tomara en serio la reforma constitucional citadina y tuviéramos un órgano planificador; que los cuantiosos recursos públicos de la ciudad no los gasten en campañas, sino en crear mejores condiciones de vida para la gente, empezando por la vivienda.

Analista. @leonardocurzio

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