La historia no se repite. Cada etapa tiene sus particularidades. Sin embargo, hay ciertas coyunturas en las que se tiene la impresión de haberla vivido. Cierto es que los analistas políticos tendemos a referirnos a ejemplos de la historia y como el colectivo envejece, como nuestra clase política, repetimos esquemas interpretativos que resultaron funcionales en otras épocas. Así lo reflejan las referencias constantes a la ley de Reyes Heroles, al Fobaproa e incluso a la elección de Fox y, para no salir de la norma, quisiera retomar las líneas interpretativas de 1987-88 cuando el PRI ejercía su hegemonía. Las cámaras, la estructura territorial y, por supuesto, la administración pública, obedecían con servil disposición a los mandatos de la Presidencia. La oposición era poco competitiva y prácticamente cualquier candidato del tricolor tenía el puesto asegurado. El punto débil, sin embargo, fue la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas que se catalogó como una oposición cismática. La competitividad venía de la fractura del partido hegemónico. En aquellos años abundaron análisis sobre el henriquismo y los sustos que había recibido el partido oficial por no blindar apropiadamente su proceso sucesorio. Conforme el país se fue abriendo a la pluralidad y las elecciones eran más competitivas, en muchas entidades el PRI se veía descalabrado porque alguno de sus aspirantes se pasaba a la oposición. Ejemplos recientes los tuvimos en Quintana Roo y Durango.
Traigo esto a cuento para advertir que el proceso de sucesión presidencial en Morena amenaza con convertirse en un 88. Las encuestas más recientes indican que Morena sigue siendo el partido mejor situado para ganar la presidencia en 2024 y aunque todavía es pronto, no hay ningún personaje en la oposición que despunte lo suficiente para convertirse en una amenaza al partido guinda. Los recientes tropezones del PAN le han quitado la energía que recibió en junio y el PRI parece una sucursal del partido de Mario Delgado. Por lo tanto, el punto más débil que tiene el proyecto transexenal es que el partido no se rompa con la decisión presidencial del sucesor (a). El ánimo de arropar a Sheinbaum ha llegado hasta opacarla. La forma en que AMLO atendió la crisis de la línea 12 es la de un padre poderoso arropando a su hija y no la de un político que se solidariza con una colega. De manera paralela, el jefe del Estado muestra displicencia y falta de consideración con su Canciller al hacer nombramientos sorprendentes y equívocos sin considerar la institucionalidad. Los embajadores en Madrid, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Ecuador y Argentina, por citar algunos, son deudas personales del mandatario que no solo debilitan al servicio, sino que fragilizan a Ebrard. Con Monreal ha mostrado distancia, incluso omite su nombre de la lista de las corcholatas.
La popularidad del Presidente puede transferirse (parcialmente) a su candidata en caso de que persista en la opción capitalina, pero también es claro que para Monreal y Ebrard es el último saludo en el escenario presidencial y para ambos debe ser un trago más que amargo jugar un papel secundario en una eventual candidatura claudina. Monreal fue avasallado en sus aspiraciones capitalinas y durante un buen tiempo Claudia quiso diluir de la historia de los gobiernos progresistas la gestión de Marcelo. Las encuestas estilo Morena los han relegado ya un par de veces y lo saben.
El Presidente, al que tanto le gusta la historia, puede encontrarse con la paradoja de que una oposición cismática sea la que finalmente entorpezca su proyecto de llevar a su preferida a la Presidencia. Como digo, la historia no se repite, pero hay ciertas cosas que tienden a parecerse más de lo que a primera vista parece.