A Mónica y Joe
Cada inicio de sexenio los integrantes de Primer Plano apostábamos por su terminación. Sobrevivimos a los sexenios de Fox, Calderón, Peña Nieto y López Obrador y al alborear el de Sheinbaum el programa ha entrado en una pausa indefinida. Termina así una mesa de análisis en la que fue posible combinar camaradería, pluralidad e independencia.
No fue cosa menor sobrevivir a presiones, invectivas y más en estos tiempos en donde el odio público se cultivaba como la albahaca. Odiar a quienes defendían posturas divergentes del gobierno parecía un mandato. Los opositores de ayer que defendieron al Primer Plano hasta cuando nos querían cambiar de horario, han mostrado una inusual vehemencia para estigmatizar a quienes, desde las correas de transmisión del poder ꟷmanipuladas por su inescrupuloso community managerꟷ, se lanzaban a criticar nuestra presencia en el programa. AMLO llegó a decir que mi presencia en el 11 era una prueba de que México no era una dictadura. Algo así como si tener en pantalla a los que no comulgan con la visión oficial fuese un acto de clemencia, mucho más que una función sustantiva de equilibrio de las narrativas en la televisión pública.
Visto en retrospectiva parece que la estrategia narrativa que en los años 80 construyó el alegato del fraude patriótico como gran deslegitimador de la crítica, regresó. Criticar no es desleal, es un equilibrio necesario para garantizar el derecho a la información. Los gobiernos no son infalibles y la sociedad tiene derecho a escuchar distintas voces. En los 20 años que yo participé, siempre escuché visiones divergentes y nunca fue un programa alineado con el gobierno en turno. Yo entré cuando Julio Di Bella era director y él propuso también a Carmen Aristegui y Blanca Heredia. No recuerdo que ninguna de las dos quemara incienso a Fox, al contrario. Después me tocó convivir con Agustín Basave que acabó siendo dirigente de un partido y con Francisco Guerrero que entró para incorporar la visión del PRI en la época de Peña Nieto, que al igual que el gobierno de AMLO, pero sin la estridencia de éste, siempre se quejó de que no se le trataba bien en el espacio.
Cultivo simpatía por mis compañeros de todas las etapas; entendí su circunstancia y sus compromisos que nunca fueron óbice para opinar con independencia. Fuimos objeto de un amplio escrutinio como es de rigor. Creo, en definitiva, que podemos decir (con orgullo) que fue un programa que se mantuvo lejos de la majadería, de la ramplonería que tanto gusta en estos tiempos, de la simplificación y de la promoción del odio. Fue un programa que se centró en una conversación pública, respetuosa, crítica y espero haya sido para muchos incluso divertida. Al anunciar la pausa no se esgrimió que fuera un programa con bajos niveles de audiencia. Ojalá que otros vengan y mejoren. Me voy con la satisfacción de decir que participé en un programa que reflejó valores fundamentales del debate democrático.
Guerrero y Basave siguen presentes en mis conversaciones y a Meyer, Aguayo, Crespo, Casar y Paoli los considero amigos. No era un esfuerzo ir a Primer Plano; al contrario, era disfrutar de una honesta y abierta conversación. Para mí fue un segundo doctorado por la obra y la autoridad moral de los colegas. Nos vamos con la tranquilidad de que cualquier día “los de negro” nos podemos tomar un tequila y vernos a los ojos, porque nadie, a pesar de sus prioridades, sensibilidades o agendas se dedicó a insultar y hacer de la descalificación un deporte.
Se van “los de negro”. ¿Vendrán los de guinda? Veremos.
Analista. @leonardocurzio