Durante los últimos meses, los congresistas del partido demócrata en la Cámara de Representantes en EU han debatido la posibilidad de comenzar un proceso de juicio político contra Donald Trump por obstrucción de justicia y otros crímenes que podrían justificar su remoción del puesto. La líder de la mayoría demócrata, la congresista Nancy Pelosi, se ha resistido a dar el paso que definiría el rumbo de la narrativa de la elección presidencial del año que viene. Pelosi teme que el famoso impeachment permita a Trump venderse como un mártir, víctima de una persecución injusta. Aunque el proceso del juicio podría servir para que el electorado estadounidense conozca a detalle todas las ocasiones en que Trump incurrió en faltas graves, también es cierto que los votantes que favorecen al presidente podrían reaccionar indignados, presentándose a votar a favor de Trump en números mayores a lo previsto para proteger a su mártir. No sobra explicar que el juicio político en sí no tendría ninguna posibilidad de culminar en la salida de Trump: se necesita una mayoría en el Senado para remover al presidente, y los republicanos, enfermos de indignidad, no votarán contra el hombre que les ha servido para avanzar la causa conservadora. Así, entre cuidar las posibilidades del eventual candidato demócrata de derrotar a Trump o actuar con estricto apego al mandato legal del Congreso, Pelosi ha preferido lo primero.
Pero la historia no termina ahí. Nancy Pelosi no contaba con la incontinencia de cinismo de Donald Trump. Un descubrimiento reciente podría obligar a los congresistas demócratas a juzgar al presidente, sin importar cálculos electorales. Vale la pena leer la historia con toda calma. Durante la semana, diversos diarios estadounidenses revelaron que un denunciante en el gobierno había presentado una queja formal dentro de las organizaciones de inteligencia estadounidenses contra Donald Trump a partir de un intercambio reciente del propio presidente con un jefe de Estado extranjero. La denuncia alertaba de un posible abuso de la autoridad presidencial. Resulta que hace un par de meses Trump tuvo una conferencia telefónica confidencial con el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky. Durante la llamada, Trump sugirió —o exigió—que Zelensky ordenara reabrir una investigación en contra de una empresa en la que trabajó Hunter Biden, hijo de Joe Biden, el exvicepresidente y posible candidato presidencial demócrata. No solo eso. El abogado personal de Trump, el exalcalde de Nueva York Giuliani, ha confirmado que se reunió, después de la llamada, con un funcionario ucraniano para aumentar la presión sobre el gobierno de Kiev para que atendiera los caprichos criminales de Trump. En resumen: es posible que Donald Trump haya utilizado la oficina de la presidencia para forzar a un gobierno extranjero a tomar una decisión de política interna para perjudicar a un adversario político en EU. Y no cualquier adversario. Biden es el más probable rival de Trump en la elección de año que viene. Hasta hace unos días, el gobierno de EU había detenido fondos por cientos de millones de dólares en ayuda militar a Ucrania. Luego, los liberó. Así las cosas.
Más allá de lo que tenga que explicar Hunter Biden sobre sus vínculos en Ucrania, las acciones de Trump han rebasado ya cualquier límite. De confirmarse el proceso de presión y extorsión contra el gobierno ucraniano, el escándalo de Watergate que acabó con Richard Nixon sería un juego de niños. No solo eso. Ante la evidencia de lo que es una transgresión criminal, el partido demócrata no tendría otra salida más que comenzar un juicio político contra Trump. Todo tiene un límite.
La pregunta es si las nuevas revelaciones podrían —de confirmarse— despertar a los republicanos de su sopor sinvergüenza. Así ocurrió en Watergate, después de todo. Cuando el agua llegaba a los aparejos, los republicanos de aquel tiempo se acercaron a Nixon y lo invitaron a renunciar para evitarse la pena de un juicio. ¿Será posible que algo así ocurra ahora? Parece improbable. Ni los republicanos son lo que eran ni Trump es Nixon. Lo que veremos, en cambio, será una tóxica batalla política que no hará más que continuar la degradación de la vida pública estadounidense. Un capítulo más de la vida con Trump, pues. Una verdadera pesadilla.