Hay versiones que sugieren que Gandhi propuso, hace casi un siglo, una manera de evaluar nuestro carácter moral: “La grandeza de una sociedad puede medirse en la manera como trata a sus animales”. Es probable que la cita exacta sea apócrifa, pero eso no disminuye la lección que sugiere. El trato a los animales, y a los miembros más vulnerables e indefensos de una sociedad, es un termómetro preciso para identificar nuestra disposición moral.
Por desgracia, en México, el abuso a los animales es un fenómeno cotidiano.
Todos hemos visto en redes sociales actos de innombrable salvajismo contra mascotas, a los que los mexicanos abandonan, vejan, queman, pisotean o patean. Podría solo tratarse de anécdotas o desplantes virales, pero la evidencia demuestra que son parte de un patrón. México es uno de los países de América Latina que abusa con mayor saña y frecuencia de los animales.
¿Qué explica esta desgracia? El análisis sociológico y cultural exige mayor amplitud. Pero hay un factor común: la impunidad . En México se agrede a los animales porque se les puede agredir sin consecuencias. Por eso es que, entre otras cosas, la agresión contra los más vulnerables es umbral de otro tipo de violencia, igual de perversa, pero de consecuencias criminales todavía más severas.
Pero hay otro factor ineludible. Debemos aprender a repudiar sin matices a quien maltrata animales, y hablar de ello con la misma contundencia que usamos para denunciar otros abusos. En los últimos días, la Ciudad de México fue escenario de un horror dantesco. Los detalles del infierno en el que eran recluidos cientos de grandes felinos en el supuesto santuario llamado “ Black Jaguar White Tiger ” son de verdad abrumadores. Las imágenes y reportes hablan de cientos de grandes felinos en estado de inanición, orillados al canibalismo para tratar de sobrevivir; mutilados, abandonados a su suerte, obligados a habitar sin el espacio indispensable. En lo personal me ha perseguido la imagen de un león colapsado sobre su costado, con la cola roída, ensangrentada, como un muñón casi en estado de putrefacción.
¿Cómo puede ocurrir algo así?
La justicia tendrá que reaccionar, como ya lo han hecho las autoridades capitalinas (que, de acuerdo con activistas cercanos al caso, respondieron de manera eficiente a la crisis). Los dueños de “Black Jaguar White Tiger” tendrán que explicar cómo y por qué sometieron a los animales a semejantes vejaciones. Y, si los testimonios de quienes trabajaron ahí son ciertos, deberán explicar mucho más, incluida la posible existencia de fosas clandestinas con restos animales. Pero más allá de lo que ocurra con los responsables de este horror en particular, lo que ocurría en ese infierno al sur de la capital nos obliga a una reflexión sobre nuestro trato a los más vulnerables.
Porque esos felinos majestuosos no llegaron a ese sitio por sí solos. Son sobrevivientes de circos o de algún irresponsable que piensa (¿cómo puede haber gente así?) que un león es un animal doméstico, una simpática mascota… mientras no crezca. ¿Después? Bueno, pues después al carajo: que pase con el animal lo que tenga que pasar, así sea terminar en un sitio como éste.
Pero si eso ocurre con leones y tigres, imagine usted lo que es México para animales que tienen el infortunio de vivir junto a nosotros. ¿Cómo será la vida de un perro? ¿Qué vida le damos? Hay estudios serios que sugieren respuestas dolorosas. Y entonces la conclusión es inevitable. Porque, aunque no lo haya dicho realmente Gandhi, la lección es clara. Somos la manera como tratamos a quien no puede defenderse. Eso somos.