La joven madre vive en Zhytómir , a poco más de cien kilómetros al oeste de Kyiv. Está casada desde hace un par de años con Mykola, economista de formación, pero programador de oficio que de pronto trabaja vendiendo fruta en el mercado de la ciudad. Son padres de Ivanna. La niña tiene el pelo negro y la mirada de su madre. No ha cumplido el primer año de vida.

Hace apenas dos meses, la familia celebraba el Año Nuevo frente a un modesto árbol de Navidad, con Ivanna sonriendo, vestida con un pequeño tutú verde y un suéter decorado con un reno de nariz roja. En redes sociales se les puede ver, apenas a mediados de febrero, pasando un fin de semana en casa, con la niña balbuceando con la alegría de quien descubre el mundo, sacudiendo los brazos, rodeada de juguetes.

Ahora, la vida es otra.

Desde el 3 de marzo, han pasado largas horas bajo tierra. Como a todos en Ucrania, la vida les ha cambiado súbitamente. Ivanna duerme mal. A su madre le gusta cantarle por las noches, para arrullarla. Cuando despierta, en las noches de angustia de la Ucrania bajo fuego, su madre le canta las melodías de su infancia.

Son canciones de cuna mexicanas.

Karina Noemí Velasco

vive en Ucrania desde 2019. Creció en Vicente Camalote, en el norte oaxaqueño. Tiene 30 años y es hija de dos maestros de educación básica. Ella estudió hasta el doctorado en investigaciones cerebrales, en la Universidad Veracruzana. Hace dos años, mientras trabajaba como docente en la Universidad del Mar en Puerto Escondido, conoció a Mykola. Fue un romance veloz: cuatro meses entre el primer encuentro y el matrimonio. En Ucrania, a pesar del frío, encontró una familia. Su suegra ucraniana la adoptó, dice, desde el primer momento. Ivanna nació el 29 de julio del año pasado.

Hoy, Karina vive día a día. A lo largo de nuestras conversaciones en la última semana, varias veces me ha advertido del peligro que enfrenta, impredecible y brutal. “Nos están bombardeando ahora mismo”, me dijo el viernes. “Escuchamos cómo cayó un cohete”.

Elocuente, Karina quiere informar. Hace poco publicó una carta en redes sociales. “El agresor miente, mintió y seguirá mintiendo”, dice, sobre Putin. “¿No tenemos evidencia suficiente para entender que a este dictador no le importa nada más que su conquista?”.

Hace poco le pregunté cómo describiría la lucha ucraniana. “Estamos luchando por mantener nuestra independencia de un dictador”, me dice. “Han querido robar la historia y las costumbres. Y ahora quieren aniquilarnos”.

El sábado, después de una noche de explosiones “horribles, horribles”, Karina tiene una súplica urgente. “No se trata de política ni de discursos. Contra un agresor lleno de ira que no tiene nada que hacer más que matar, no funcionan los buenos deseos”, explica en un mensaje de voz. “¡Hagan algo!”

La cercanía de la violencia implica la posibilidad de la muerte. Y Karina, esta joven madre oaxaqueña (y veracruzana, aclararía ella), lo sabe bien. La misma mujer que hace apenas dos años daba clases mirando el Pacífico oaxaqueño, hoy enfrenta con gallardía la posibilidad de perder la vida. “No le temo a morir”, escribe. “Temo a vivir bajo el terrorismo , la violencia y la represión de un dictador”. ¿Qué anima esta valentía? Su pequeña hija. “Esperamos decirle que será libre de decidir por quién votar, de manifestar sus opiniones”, me dice. “Podrá elegir y estar orgullosa de su identidad. Será una mujer libre”.

Karina no quiere irse de Ucrania. “¿Por qué te irías de tu casa cuando entra un ladrón?”, pregunta. Quiero saber cómo le explicará a Ivanna lo que han sido estos días. “Le diré que estuvimos defendiendo la tierra que la vio nacer. La tierra que le dio vida a su padre, a su abuela y a toda su familia paterna”, dice desde la noche de Zhytómir . “Que somos unos guerreros, incluida ella”.

Eso dice y siente una mujer mexicana, que le canta en español a su pequeña hija en el invierno ucraniano, bajo las bombas de Vladimir Putin .

No hay que olvidarla.

@LeonKrauze

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