Los vicios del proceso de ayer han sido enumerados hasta el cansancio desde que el régimen anunció el método para desmontar el sistema judicial mexicano y reemplazarlo con el adefesio que se avecina. Baste decirlo así: si cualquiera de los gobiernos anteriores se hubiera atrevido a imponer, mediante una mayoría construida de manera tramposa y artificial, una reforma judicial que derivara en la consolidación definitiva de un régimen autoritario mediante el desmantelamiento de la división de poderes tras la imposición de jueces y magistrados afines, absolutamente todas las voces que hoy integran el gobierno —provenientes de un movimiento supuestamente democrático— habrían denunciado el advenimiento de una dictadura en México.
Y habrían tenido razón.
El daño hecho a la democracia mexicana y a la aspiración de justicia en el país solo es equiparable a la desfachatez de quien lo ha operado. Muchas de esas voces, además, reconocen en privado que lo que han apoyado y promovido no solo carece de sentido jurídico, sino que proviene de la voluntad de venganza del expresidente de México, López Obrador. Lo que ocurre es que les falta valentía o vergüenza histórica para actuar en consecuencia.
Esa cobardía le ha costado al país una enormidad que no hará sino crecer.
Pero la elección judicial también representa una nueva lección para la oposición en México. Para muchos, las encuestas previas a la elección revelaban una contradicción lamentable: la mayoría de los encuestados no sabía la fecha exacta de la votación ni, mucho menos, los detalles de los aspirantes a los cargos que definirán el rumbo de la justicia en México. Poca gente se decía realmente interesada en participar. Al mismo tiempo, esas mismas encuestas revelaban otro lado de la moneda: una aparente fe inquebrantable en las intenciones y los motivos de la reforma judicial promovida por el gobierno. En efecto, podría parecer contradictorio: creo en la reforma judicial que me ha dado una elección cuyos detalles desconozco y en la que probablemente no quiero participar.
Pero la contradicción es, en realidad, una revelación. Aunque el carácter caótico y tramposo de la elección dejó a los votantes sin información suficiente —por diseño, está claro, para poder concretar el golpe—, el gobierno anterior y el actual volvieron a triunfar en el establecimiento de la narrativa. Una mayoría de los encuestados antes de la elección aseguraba que el camino para limpiar la justicia mexicana, reducir la corrupción y mejorar el acceso a un proceso jurídico más equitativo es, precisamente, el que ha trazado el gobierno. Aunque una minoría tiene clarísima la gravedad de lo que estamos viendo, una mayoría cree a pie juntillas lo que le dicen desde el gobierno. En la consolidación del poder hegemónico en marcha, la primera batalla que ganó el gobierno —y que sigue ganando, todos los días— es la batalla por la información y la narrativa: la batalla de las ideas y del supuesto diagnóstico de las soluciones.
La batalla del domingo fue definitiva en muchos sentidos, pero vendrán otras en este proyecto autoritario. Esa es la naturaleza del animal. Si las voces de oposición y quienes creen en la libertad y la democracia no encuentran la manera de convencer a la mayoría de que otro camino es posible, el futuro será todavía más oscuro.
@LeonKrauze